LA HABANA, Cuba, junio (173.203.82.38) – Aquel antiguo refrán: “Cuando el mal es del estómago, no valen guayabas verdes”, ha sido adaptado a nuestras circunstancias por un humorista popular que ahora está de moda en La Habana. Y dice: “Cuando el mal es del estómago, hay que irse en diarreas, porque las guayaban son demasiado caras”.
Es verdad. Aunque no sólo las guayabas están caras, sino otras frutas, cuyo cabalgante encarecimiento nos corta el resuello. No obstante, tendríamos que darnos con un ladrillo en el pecho, ya que por vez primera en decenios estamos viendo este año variedad de frutas criollas en el mercado.
Sabido es, porque se ha repetido hasta la sofocación, que entre las múltiples desgracias que debemos a este régimen de salvadores de la patria (y ahora ecologistas por más señas), está la desaparición de las frutas cubanas, mediante un acto de magia tan convincente que, a fuerza de no verlas durante décadas, nuestras nuevas generaciones desconocen la mayoría de sus variedades. En tanto, los viejos, luego de extrañar sin consuelo la ausencia de sus aromas y sabores, han tenido que ir a reencontrarlos al Palacio de los jugos de Miami.
Quizá el hecho de no haber visto nunca antes un melón es lo que anima a los actuales vendedores del agro mercado a cobrar 20 pesos por una mínima tajada. A lo mejor todo es tan simple como eso: que están asumiendo la chirimoya, el mamey colorado, la piña, el canistel, el níspero y el anón como productos exóticos.
Hace pocos días vi a uno de estos vendedores con plátanos manzanos en su tarima. Luego de reponerme del asombro, le pregunté y me dijo que eran plátanos vietnamitas. Compré unos pocos, a precio de Potosí, y, en efecto, era lo que alguna vez había conocido como manzanos. Así que ahora estoy muy confundido: ¿Será que aquellos platanitos manzanos de mi niñez no eran manzanos sino vietnamitas? ¿Habrán logrado un injerto de manzanos con alguna especie asiática? ¿O será simplemente que el plátano manzano ha renacido en nuestras tierras como un producto exótico y con nuevo nombre para la ocasión?
De cualquier forma, si no sirve como justificante, serviría tal vez como pretexto para los vendedores alegar que están vendiendo hoy tan caras las frutas criollas porque su desconocimiento los hace valorarlas como cosas de otro mundo.
Pongamos que el pretexto sería aplicable en los casos de la guanábana, el caimito, la ciruela, la lima, el marañón. Pero la guayaba, el mango y la fruta bomba no dejaron nunca de darse silvestres en los patios de cualquier casa de vecino. Alinean entre las muy escasas variedades que los magos del régimen no lograron desaparecer completamente. Sin embargo, la compra, digamos, de una fruta bomba, ocho o diez guayabas y otro tanto de mangos puede dejar temblando el bolsillo de cualquier obrero que acaba de cobrar su salario mensual.
¿Será que en los agromercados, como en aquellos circos donde uno paga por ver a la mujer barbuda o al gigante de las dos cabezas, están incluyendo el precio del espectáculo? Tal vez todo es tan sencillo como eso. Que hoy nos toca pagar sólo por ser testigos del fenómeno de la resurrección de las frutas cubanas.
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