LA HABANA, Cuba, noviembre (173.203.82.38) – La revolución cubana, esa vieja desgreñada y desdentada, que jugó con nuestra infancia, torció nuestras manifestaciones, suprimió nuestras libertades e incriminó nuestros pensamientos espontáneos, es desde hace tiempo un perfecto estado totalitario y represivo, bajo el cual muchísimos cubanos, llevados por el afán de subsistir, renuncian a sus convicciones a favor de una proyección pública que las contradice, pero que les resulta tolerable a sus conciencias, porque pueden sobrellevarla con cierta asepsia.
Hay otros cubanos que, por suerte, nos identificamos con San Ignacio, fundador de los jesuitas, quien le preguntó cierta vez al padre Lainez:
-Si Dios os pusiera este dilema: ir ahora mismo al cielo, asegurando vuestra salvación, o seguir en la tierra trabajando por su gloria y comprometiendo así cada día la salvación de vuestra alma, ¿Qué extremo elegiríais?
-El primero, sin dudas -respondió Lainez_.
-Yo el segundo -replica Ignacio- ¿Cómo creéis que Dios va a permitir mi condenación, aprovechándose de una previa generosidad mía?
Esos cubanos (entre los que estoy yo) que están a favor del riesgo y en contra de la seguridad; que apuestan por la audacia frente a la comodidad, creen que es más humano y digno el atrevimiento que la renuncia sistemática al combate.
Pienso que la obsesión por la seguridad y la tranquilidad es uno de los grandes obstáculos que impide a tantísimos cubanos buscar libremente su verdad. No digo, por supuesto, que la prudencia, la reflexión y el saber elegir las mejores circunstancias para emprender nuestras batallas, no sean importantes. Pero, admito que me resulta harto insoportable esa falsa prudencia que termina por ser paralizante.
No oculto mi falta de simpatía por aquellos que “quisieran hacer algo por cambiar el destino de este país, que quisieran ayudar a que desaparezcan males como la represión, la falta de libertades, la homofobia”, pero colocan ante todo su seguridad. Esas personas, alegan que no tienen vocación para luchar por una causa hasta las últimas consecuencias y sin garantías de éxito, aunque sea justa. Y yo, siempre les digo: Tú no tienes vocación y nunca la tendrás mientras pienses, ante todo, en tu seguridad. El que no es capaz de arriesgarse por aquello que cree justo, no tiene vocación para emprender ninguna empresa seria que, como todas, tiene siempre algo de riesgo, de apuesta, e implica audacia y confianza.
No estoy apostando, por supuesto, por la irreflexión o por la aventura barata; pero sí digo que toda causa justa lleva un poco de “salto al vacío”. Me arrojo siempre sin temor hacia aquello que creo justo y digno, y estoy segura de que ese salto no será una locura.
La vida que llevamos los cubanos de esta isla no es la vida que soñaron nuestros padres y nuestros abuelos para nosotros. Esta vida, en la que no tenemos derecho a soñar y vivir nuestros sueños debe ser cambiada; y he decidido contribuir con mis manos y mi voz, a ese cambio que ansían tantos cubanos a pesar de saber que recibiré en ese camino hacia el cambio, muchas zancadillas y tropezones. Pero si tuviera miedo a tropezar, más me valdría no levantarme de la cama en las mañanas, entonces no sufriría, porque ya estaría muerta.