LA HABANA, Cuba, mayo (173.203.82.38) – No conozco su verdadero nombre. La mayoría de sus conocidos le apodan “el yuma”, debido a que vivió en los Estados Unidos. Se trata de un indeseable que fue enviado de regreso a La Habana, con la humillación sobre sus hombros.
Dentro de tanta miseria y desesperanza “el yuma” trató de adaptarse a las nuevas circunstancias. Consiguió un trabajo en el hospital Salvador Allende (antigua Covadonga). Allí se desempeñaba como lavandero, pero lo que ganaba apenas le alcanzaba para comer, además de que jugaba clandestinamente y apostaba, sobre todo en el dominó. Perdía más de lo que ganaba.
Gracias a su dominio del inglés, se iba todas las tardes se va a la calle Obispo a servir de guía a los turistas y llevarlos a los buenos restaurantes de la zona. O como dice él, “a cuidar a mis paisanos de los jineteros sin escrúpulos”.
Fue una tarde en que “cuidaba a sus paisanos” cuando unos policías le pidieron identificación. “El yuma” sabía de antemano que estaba jodido, aunque tuviera carné de identidad y trabajara. Haber sido deportado a Cuba lo marcaba.
Al cabo de un rato, luego de esperar bastante la orden de sus superiores, los policías se lo llevaron a la estación, de la calle Picota, en la Habana Vieja, y de allí a la cárcel Valle Grande, al oeste de la ciudad, a esperar el juicio.
En la cárcel “el yuma” volvió a adaptarse a las circunstancias. Se hizo amigo de un cubanoamericano, preso por tráfico de personas. Los dos se las ingeniaron para salir ilesos de los planes de los guardias encargados del orden interior. Como al cubanoamericano la familia lo abastecía de buenos alimentos, los funcionarios de orden interior siempre estaban a la caza de las “jabas” que recibía.
“El yuma” no olvida el día en que vinieron los de orden interior y lo sacaron para otra compañía con el objetivo de intimidar a su “paisano” y quitarle comida. Armó un escándalo que le ganó una pateadura y varias bofetadas. Con el rostro ensangrentado, “el yuma” insistía en continuar junto a su amigo.
Después de dos años y medio llegó el día del juicio. “El yuma” sintió una punzada en su corazón. Conocía muy bien los tribunales cubanos y las triquiñuelas que acostumbran a hacer en contra de los deportados.
La jueza, una joven dispuesta a demostrar su valía, pidió para él cinco años de privación de libertad con internamiento por el delito de “asedio al turismo”, además, le impuso una multa de mil 500 pesos, por ser reincidente.
Concluido el juicio, “el yuma” trató de suicidarse, arrebatándole el arma a uno de los guardias que lo custodiaba. Lo que provocó que le dieran más pateaduras y bofetadas.
“El yuma” no se resigna a pasar cinco años preso, solo por hablar con un turista.