LA HABANA, Cuba, mayo (173.203.82.38) – Las discotembas son clubes para personas mayores de 50 años, donde se escucha música de los años setenta, y los más viejos se sienten a gusto. Entre tragos y “música vieja” recuerdan con nostalgia el tiempo pasado; lamentan el desencanto del presente y la incertidumbre del porvenir.
Ayer encontré en la discotemba del Vedado a dos hermanos mellizos, Cueto y Jorge Luis, que llevaban veinte años separados. Cueto vive en el barrio marginal El palo de Romerillo; Jorge Luis, en Las Vegas, Nevada.
Naturales de Guantánamo, los mellizos estudiaron la carrera Química de Alimentos en la escuela Ejército Rebelde, de la capital, hoy convertida en el hotel de salud Las praderas. Al graduarse estaban obligados a prestar dos años de servicio social en las Fuerzas Armadas. Cueto fue ubicado en una unidad de tanques en Holguín, y Jorge Luis en una unidad de artillería en Santiago de Cuba.
Al licenciarse, Cueto fue a trabajar a una empresa de comercio donde escaló en los cargos de dirección, hasta llegar a vice jefe provincial. Era militante de la Unión de Jóvenes Comunistas, se creía el hombre nuevo que pregonara el Ché Guevara, pero las noticias de onda corta y las tertulias disidentes en la loma del Chivo, cambiaron su punto de vista, y comenzó a denunciar las imperfecciones del socialismo. Entonces fue blanco de la contrainteligencia, que esperó el momento propicio para encarcelarlo en la prisión Combinado de Guantánamo por una causa común.
Jorge Luis, por su parte, se convirtió en locutor de radio y dirigente del Sindicato de Cultura de Guantánamo. Sorprendió a todos cuando un día, acompañado de un soldado que desertó de la brigada fronteriza, cruzó el campo minado y la bahía hasta el territorio americano.
Meo contó que desde hacía quince años tenía dos trabajos en La Vegas, y pudo sortear la crisis económica. Pagó las cervezas, los cigarros, los sándwiches, y le dio dinero al hermano.
Con Billy Joel, Electric Light Orchestra, KC and the Sushine Band, Chicago, Kansas, recordaron los años que escuchaban la música americana escondidos en la azotea del albergue, para que no los acusaran de diversionismo ideológico y los expulsaran. Ambos compartían la ropa, los zapatos, se ayudaban en los exámenes, soñaban con el futuro.
Jorge Luis se quejó por el desarraigo de la vida en el exilio, y Cueto se lamentó del callejón sin salida en que había desembocado, como los demás discotemberos que estaban allí.
Se emborracharon, recordaron y lloraron sus cuitas a lo macho mexicano.