LA HABANA, Cuba, julio (173.203.82.38) – Erlinda es una mujer laboriosa, y siempre le ha gustado trabajar por cuenta propia. No acepta tener jefe y mucho menos estar ocho horas encerrada estirando el tiempo. Durante años se levantaba muy temprano, para evitar a policías e inspectores, y salía con sus termos llenos de café para vender en los hospitales, pero dice que ahora después que lo ligaron con chícharos, el negocio se ha puesto malo, porque al rato de colado, no hay dios que se tome aquello.
Por eso decidió cambiar de oficio. Vendería maní, que es lo menos difícil de encontrar, y además, para estar más tranquila solicitaría una licencia, así no tendría que esconderse de inspectores ni policías.
Fue a la Oficina Nacional Tributaria (ONAT), realizó todos los trámites que le orientaron, y obtuvo una licencia de elaborador-vendedor de alimentos en el domicilio o de forma ambulatoria, como está catalogado este trabajo.
Pero como Erlinda no está jubilada, ya que nunca trabajó para el Estado, debía pagar 263 pesos trimestrales para la Seguridad Social, además de los ciento cincuenta mensuales de la licencia. Erlinda se sintió desanimada por el pago de la Seguridad Social, porque ya ella tiene cincuentainueve años, y no tendrá tiempo de acumular los veinte años, necesarios para jubilarse.
Aunque creía que le convenía sacar la licencia para no tener que jugarle cabeza a inspectores y policías, la cantidad de dinero que tenía que pagar no era nada alentadora.
Erlinda comenzó a vender en una parada de ómnibus, maní y coquitos acaramelados, que aumentarían sus ganancias. Un inspector se le acercó para decirle que no podía vender en hospitales, ni en escuelas, ni en avenidas importantes; y para colmo, no podía quedarse en el mismo lugar, sino que tenía que moverse continuamente.
A pesar de las trabas y dificultades, Erlinda no se deja vencer tan fácilmente, y para resolver el problema de que tenía que moverse constantemente, se buscó una mesa, le puso ruedas y a vender. Ahora, mientras empuja sin cesar su mesa con ruedas para que no la multen los inspectores, se le oye pregonar: “¡Maní tostado, coquitos acaramelados, sorbetos, galleticas dulces, caramelos, boniatillo!”.
La mujer ya tiene una buena clientela de niños que conocen de memoria sus horarios, y la esperan entusiasmados, porque ella es una experta en el arte de vender.