LA HABANA, Cuba, diciembre (173.203.82.38) – Si el costo del pasaje en los taxis habaneros de itinerarios fijos, los denominados boteros, no se ha duplicado en las últimas semanas, es debido únicamente al sentido común de sus dueños, quienes entienden que el usuario (la gente de a pie) ya no puede pagar ni un centavo más por encima de los 10 y 20 pesos en moneda nacional, que son las tarifas vigentes desde hace algún tiempo.
Al régimen, en cambio, le ha importado poco afectar a los pasajeros con su decisión de multiplicar los impuestos a estos taxistas, al mismo tiempo que disponía un alza, otra más, en el precio del combustible.
Es una manera de actuar muy propia de los caciques, que desconocen o desprecian la lógica del intercambio económico, al igual que cualquier otra lógica que no sea la de su poder totalitario, es decir, la lógica del embudo, con lo ancho siempre a su favor.
Y dentro de esa lógica se enmarca, claro, lo que tan graciosamente llaman ahora “nuestro modelo económico”, en el cual se están basando para impulsar (hacia el abismo) los nuevos planes de ampliación del trabajo por cuenta propia.
Deben haber leído en las antiguas fábulas marxistas-leninistas que el socialismo no radica en la forma de distribución de las riquezas, sino en las relaciones que se establecen entre los que trabajan y su patrón, que en este caso es el Estado. Y aunque básicamente lo mismo podría afirmarse sobre cualquier otro de los muchos ismos engendrados por los pícaros de la política para chuparse el sudor ajeno, a los caciques de Cuba les viene de perilla retomar la teoría, halándola para su sartén, con el aplauso de la izquierda internacional.
Así que por tal rumbo van los truenos con nuestro modelo económico, una especie de padecimiento cuyo síntoma es el estupor catatónico ante la idea de progreso.
Por cierto, otra de sus perlas relacionadas con el pequeño negocio privado (sólo una más, de momento, para no abrumar) es la imposición de que los cuentapropistas adquieran sus materias primas en las shopping de venta corriente al público, o sea, pagándolas a los muy elevados precios del mercado mayorista.
Ya se sabe que en las shopping el Estado gana por la venta de cada producto hasta más del 200 por ciento de su valor real. Así que el cuentapropista dueño de una pizzería tiene que comprar a costos sobregirados harina, grasa y queso, para elaborar sus pizzas, que luego estaría obligado a vender a precios asequibles para una población cada día más pobre y demandante. Pero, en fin, allá él. Nuestro modelo económico no se responsabiliza con sus pérdidas. Y mucho menos con la necesidad de comer pizzas baratas que puedan tener sus clientes.
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