LA HABANA, Cuba, abril, 173.203.82.38 -Después de doce años, Josvany tuvo que vender el bicitaxi. Más de una década pedaleando le afectó las rodillas.
En la angustia del desempleo, un amigo le consiguió una plaza, por la izquierda, en un almacén de la corporación Habaguanex. Cuando el gobierno anuncio el despido masivo de trabajadores, volvió a quedar sin trabajo. Mantener a su madre, esposa e hija le exigía algo más que los estudios que había desarrollado para graduarse de contador.
Para enfrentar la situación, sumó los ahorros familiares, compró un carrito de vender granizado, y solicitó la licencia de vendedor ambulante. Al menos esperaba con ese trabajo ganar suficiente para alimentar la familia. La sed que provoca el calor tropical aseguraría la venta de granizado, a 2 pesos el vaso. Si se esforzaba, podía ganar 200 pesos diarios, calculó.
El primer obstáculo fue que el Estado no vende los bloques de hielo a particulares. A través de otro granizadero, logró el contacto para comprarlos en una cafetería estatal. Todos los días, a las 6:00 am, debe buscar las 30 libras de hielo, por las que paga 20 pesos.
Como no puede costear el dólar que cuestan 50 vasos desechables en los comercios del gobierno, buscó opciones. “Ajustó” con un dependiente de gastronomía estatal la compra de 100 vasos por un dólar.
Aunque no hay de sabores variados, el sirope con el que prepara la bebida lo compra en el mercado oficial, a 10 pesos el litro. Para ofrecer variedad a los clientes, acude al mercado negro, que se abastece de las fábricas de refrescos estatales.
En el comienzo, todo resultó como esperaba. Vendía en las avenidas más transitadas y se acercaba a las paradas de ómnibus, donde hay mayor aglomeración de público.
Pero aparecieron los “inspectores integrales”, y aumentaron los inconvenientes. A los vendedores ambulantes les prohibieron vender en las avenidas. Según las nuevas regulaciones, deben estar solamente en calles secundarias, a más de 14 metros de distancia de las vías principales.
Josvany fraguó un plan. Se apostó en la esquina de una de las calles que atraviesa la avenida donde antes vendía. De tal forma no puede llegar al cliente, pero se sitúa a corta distancia, para que lo puedan ver y la sed lleve a éstos hasta su carrito.
Su sorpresa fue cuando le impusieron una multa de 10 dólares por permanecer en un mismo sitio. Esta vez los inspectores argumentaron que la licencia de vendedor ambulante estipula que el vendedor sólo puede detenerse en el momento preciso de la venta.
¨El carrito de granizado pesa 70 kilogramos. Si me paso el día empujándolo, tengo que comerme la piedra de hielo¨, protesta Josvany. Y añade: ¨Lo que más me molesta es que los granizaderos estatales sí pueden vender donde quieran, o permanecer todo el día en el mismo sitio¨.
Pero el persistente Josvany concibió otro plan. En las mañanas, su esposa se para en una esquina de la avenida, a vigilar a los inspectores. Al mediodía, la madre le lleva el almuerzo y releva a la esposa en el puesto de vigilancia. Cuando estas le avisan de la presencia de inspectores, Josvany retrocede con el carrito, para después simular el movimiento hacia adelante. Está decidido a redoblar la vigilancia y continuar sorteando las limitaciones del trabajo por cuenta propia, que el mismo gobierno que lo aprobó parece decidido a asfixiar.