LA HABANA, Cuba, mayo, 173.203.82.38 -En el pasado, circulaban en Cuba publicaciones femeninas que mostraban labores para el hogar como bordado, tejido o costura. Algunas, como La Familia, incluían aplicaciones para tapetes, manteles, sobrecamas. Vienen a mi memoria los agradables momentos en que mi madre las empleaba para enseñarnos a bordar a mis hermanas y a mí.
En las escuelas también se enseñaban manualidades: tejido, corte y costura, bordado, repujado en cuero. Habilidades que a muchas sirvieron y sirven para ganarse la vida honradamente.
Pero luego de la revolución, estas revistas fueron sustituidas por Mujeres, la cual, solo al principio, contenía algunas labores, pero estaba orientada en realidad a involucrar a la mujer en la “construcción del socialismo”.
Parece que las jóvenes de una sociedad socialista no deben emplear su tiempo libre en frivolidades de complacencia machista, como tejer o bordar, hacer manteles o sobrecamas. La mujer revolucionaria debe ocuparse en defender la revolución, es decir, ir a la tribuna antiimperialista, participar en actos de repudio y en homenajes a ex agentes encubiertos de la Seguridad del Estado.
Cuando la niña de Maribel le dijo que quería aprender a bordar, ella se sintió un poco avergonzada. En la beca donde había pasado su adolescencia había aprendido a fajarse y a tener novio, pero nunca se habló de coser o bordar. Lo único que sabe hacer es pegar botones.
Entonces comenzó a averiguar. En Lawton no hay ningún lugar donde se den clases de manualidades. El que más cerca le quedaba era en La Víbora, pero debía llevar una carta de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC), y ni ella ni su hija son federadas.
Por eso fue a ver a Josefa, una vecina de más edad, para pedirle que enseñara a la niña. Josefa accedió, aunque le explicó que tendría que comprar varias madejas de hilo y algún corte de tela, que solo se venden por CUC.
Muy dispuesta, Maribel fue a la tienda conocida aún por los habaneros como La Casa Suárez, esperando encontrar algo barato. Pero, para su sorpresa, la empleada le explicó que ningún corte de tela se rebaja ni se regala, aunque sea el final marcado e inservible de la tela.
Pero Maribel, que nunca pierde la calma, compró los materiales necesarios y emprendió el camino de regreso con la ilusión de que su hija pueda hacer lo que ella no pudo.