LA HABANA, Cuba, junio, 173.203.82.38 -El régimen cubano asume, al pie de la letra, la máxima de Antolín El Pichón, el popular comediante, quien nos hacía reír en un programa de la televisión con su frase: “El que me haga sombra, se va”. Tal máxima fue aplicada por el régimen hace poco a la cadena de noticias Al Jazeera, que decidió cerrar su oficina en La Habana, debido al constante acoso por parte del gobierno que sufría su corresponsal, Moutaz Al Qaissia.
El caso expone una obvia tendencia de la dictadura a mantener la censura. Las agencias de prensa que no acaten las reglas, deben trabajar en perpetua zozobra. Algunas de estas reglas no están escritas pero sí sobreentendidas, y acatarlas evita a los corresponsales la expulsión del país, o el hostigamiento y represalias tales como amenazas anónimas, insultos, descalificaciones y robos.
En varias oportunidades, debido a las presiones y el hostigamiento, los corresponsales han optado por abandonar el país sin haber sido oficialmente expulsados. De esta manera el gobierno se ha desembarazado de periodistas incómodos, sin tener que pagar el costo político de expulsarlos.
Entre las causas de la partida de este periodista jordano-palestino, que cursó estudios de Telecomunicaciones en La Habana, entre el 2000 y 2004, aparecen las obstrucciones del gobierno para permitirle la importación de un automóvil y la negativa a otorgarle una autorización para abrir una cuenta bancaria.
Nada indica que la situación vaya a cambiar en el futuro cercano. Salvo puntuales permisividades, los corresponsales de las agencias de prensa acreditadas continuarán bajo la estricta supervisión de los departamentos encargados de esas labores, tanto en el partido comunista como en la contrainteligencia. Los límites de la tolerancia seguirán tan borrosos como siempre.
Pero en el colimador del régimen no solo están los periodistas extranjeros, los tentáculos llegan al cuerpo diplomático. Los diplomáticos que se atreven a saltar las barreras impuestas por el poder, también se arriesgan a ser blanco de operaciones sucias, que vulneran la Convención de Viena, pero que no dejan de aplicarse.
Cualquier muestra de acercamiento a opositores o disidentes por parte de un diplomático, se paga caro. Que un diplomático observe un acto de repudio contra un opositor, aunque no se involucre en lo más mínimo, basta para que el gobierno le aplique los correctivos, sin medias tintas. Abucheos “del pueblo enardecido” en plena calle, campañas difamatorias en la prensa oficial, neumáticos pinchados, cortes del servicio de electricidad y de agua en sus domicilios, son parte de los efectos que las represalias communes que los diplomáticos “conflictivos” deben soportar.
En última instancia, el reportero de Al Jazeera podría considerarse un privilegiado, porque con un pasaje de avión se libró de su calvario. A los periodistas independientes el gobierno nos reserva destinos menos gratos que frecuentemente incluyen vacaciones en la cárcel.