LA HABANA, Cuba, abril, 173.203.82.38 -Hace mucho tiempo que muchos contenedores de basura en La Habana no tienen tapa. Además, los camiones no los recogen con la frecuencia necesaria. Lógicamente, los vecinos no pueden dejar de botar sus desperdicios aunque estos ya no quepan en los tanques, por lo que habitualmente se forman vertederos alrededor de estos, donde pululan cucarachas, moscas y ratas, que invaden las casas vecinas junto con el mal olor.
Casi frente a la entrada de su casa tiene Domitila uno de esos basureros. A pesar de quejarse ante las autoridades de Salud Pública y el delegado del Poder Popular de su circunscripción del peligro que representa este vertedero para su salud y la de sus nietecitas pequeñas, el basurero sigue en el mismo lugar.
Me contó lo que le sucedió hace unos días. Solo la pude creer al ver las cicatrices de mordidas que quedaron en su rostro. Ella comparte el cuarto con la nieta mayor, y una de estas noches la despertó el llanto de la niña, que se quejaba de que una rata le había mordido la boca. Domitila pensó que era una pesadilla de la niña, pero cuando encendió la luz comprobó que tenía los labios mordidos y con sangre.
Rápidamente la llevaron al Policlínico, donde el médico les dijo: “Si la rata no está enferma, no tienen de qué preocuparse.”
Aunque la familia no olvidaba el incidente, nadie pensó que el roedor volvería. Después de la mala noche, Domitila cayó en la cama como una piedra. Pero a medianoche, algo la despertó, y cuando de un manotazo se sacudió la rata del rostro, entró en pánico.
Como los de la campaña antivectorial no pudieron darle veneno para ratas, pues no tenían, René, su hijo, salió en busca de una ratonera que, aunque antiguas, no dejan de ser funcionales. Pero descubrió que ya no se venden.
Entonces, un viejo amigo le regaló un veneno bastante fuerte, conocido como Mil Ochenta. Inmediatamente René embadurnó varios pedacitos de pan viejo y los regó por la casa. Pero a pesar de que no han visto más al indeseable huésped, Domitila afirma que algunas noches siente, entre sueños, cómo el animal corre sobre las vigas del falso techo y se tira sobre el escaparate.
Hoy la familia vive pendiente de la anciana y la niña, por si aparece algún síntoma de enfermedad, porque la rata incapturable no se dejó poner en cuarentena.
Ya Domitila no hace gestiones para que desaparezca el tanque de basura. Sus propios hijos lo quitaron amparados en la oscuridad de la noche. Y por si acaso, le pusieron un cartel que decía: “Prohibido mover este tanque”.