LA HABANA, Cuba, agosto, 173.203.82.38 -Incredulidad, dolor, desconcierto. Eso fue lo que sentí hace apenas unos minutos, al enterarme de que Antonio Conte había abandonado a su familia y amigos.
Así lo quiso su estropeado corazón que dejó de latir en un viaje sin concluir al hospital, impelido por una de esas apneas que sufría regularmente a causa de una cardiopatía más agresiva que un león hambriento.
Hace tiempo que su cuerpo declinaba. Los aguijones de las múltiples enfermedades que padecía se empeñaban en hacerle la vida más difícil, pero él no cedía. Su terquedad lo mantenía vivo y siempre fiel a sus pasiones: el amor a la familia, el aprecio a sus amigos y el fervor en la práctica del periodismo y la literatura.
Estoy seguro que hubiese querido despedirse del mundo en la Habana, esa ciudad que evocaba en muchas de las conversaciones que sostuvimos vía telefónica. En su memoria bullían la nostalgia y las punzadas de esas heridas graves que producen los exilios.
Su declive físico avanzaba en la medida del ensanchamiento de los plazos para regresar a su tierra como un ciudadano normal, sin hacer concesiones ni acudir al triste procedimiento de un permiso tal y como lo hubiese hecho un siervo de la gleba para intentar el acceso a los predios del señor feudal.
Quería un país diferente, una patria imperfecta, pero atada a la decencia, la lógica y los demás parámetros que indican al menos los mejores caminos para alcanzar fines trascendentes sin los adornos de la manipulación.
Nada más alejado de esos panegíricos plenos de excepcionalidades y ficciones que marcan pautas en los funerales. Conte fue un ejemplo de espontaneidad, un tipo dado a la crítica sin adornos retóricos debido a su fuerte temperamento, pero con el cual se podían construir puentes a prueba de derrumbes.
Todos los seres humanos somos una suma de luces y sombras, él no era la excepción ni nunca hizo el menor esfuerzo para traspasar esas fronteras dictadas por la Providencia.
Algo ante lo que se mostraba implacable, era la falta de rigor profesional en la redacción de un cuento, poema o artículo periodístico. Materias sobre las que tenía un gran dominio, a partir de la sólida formación adquirida durante toda su existencia.
Su afán de superación y la agudeza para corregir, en los largos años que estuvo como editor Cubanet, quedarán entre el legado a recordar de un hombre con todas las credenciales para llamarle amigo.
Sus sugerencias de lecturas o relecturas con el propósito de ampliar el caudal de conocimientos para llevar a buen puerto la creación literaria, resultó desde el punto de vista personal, una ayuda inestimable.
En mis archivos personales, atesoro algunas de sus excelentes crónicas, poemas y cuentos, de su autoría, que me enviaba a través del correo electrónico. Por esta vía intercambiábamos, con regularidad, comentarios sobre temas comunes, fundamentalmente relacionados con el mundo de la literatura.
Otras de las cualidades que siempre admiraré de Conte, es la ausencia de poses culteranas y su sentido del humor. Los dicharachos y sobrenombres, que incluía en cada nota que enviaba, son antológicos.
Siento no haber tenido la oportunidad de conocer a Antonio Conte en persona. Su rostro lo descubrí en fotos que en ocasiones adjuntaba en sus textos digitales. Por el teléfono o por los caracteres que tecleaba desde Miami, manteníamos viva una amistad que logramos arrebatarle a las circunstancias.
El mundo dice que Antonio Conte murió en la mañana del 31 de julio de 2012. Mi memoria se prepara para traerlo de vuelta ahora mismo, sin achaques y con un puñado de sus ingeniosos chistes.