LA HABANA, Cuba, julio, 173.203.82.38 -Entre los posibles escenarios a padecer o celebrar en un futuro, no demasiado lejano, habría que considerar ciertos relajamientos en el ámbito político, que legitimaran la beligerancia de fuerzas desgajadas del actual partido comunista.
Sin rehusar a la esencia izquierdista, este hipotético partido respondería a otros patrones, matizados con ciertos toques liberales, pero sin radicalizaciones alejadas de las teorías marxistas.
Ya es bastante visible el distanciamiento de decenas de intelectuales, académicos, escritores y artistas, vinculados al sistema, que optan ahora por una retórica no rupturista, y que cuestiona una serie de asuntos sensibles en el orden político, económico y social.
Aunque existen convergencias en cuanto a la moderación de los planteamientos, también abundan posturas más ortodoxas, respecto a algunas temáticas, siempre evitando traer a colación nombres y detalles, como una manera de protegerse de la ira de los ideólogos más conservadores.
Dentro de esta amalgama de personajes y personalidades, quizás esté germinando la semilla de un remedo de democracia que trae al pensamiento la historia, sin pretender analogías exactas, de lo ocurrido en México a partir de 1929 con la fundación del Partido Revolucionario Institucional (PRI). Los más de 70 años consecutivos del PRI al frente del gobierno demuestran que una entidad política puede lograr lo que en teoría resulta impensable bajo las reglas del pluripartidismo.
No es de dudar que la élite de poder que gobierna Cuba desde enero de 1959, sienta la tentación de darle forma a un proceso similar al mexicano, si las circunstancias le son propicias.
Más allá de permisividades, que en ocasiones mueven a la duda a causa de la asimetría del tono de las objeciones y la tradicional militancia pro gubernamental de quienes hoy las ventilan, fundamentalmente en medios digitales, es válido pensar en un estructurado plan de emergencia, a cumplirse en plazos que ni sus diseñadores tal vez conozcan.
Al analizar el contexto, en un país estructuralmente próximo a la bancarrota y que precisa de otra revolución, que ojalá tenga más similitud con la de Terciopelo (Checoeslovaquia, 1989) que con la que destronó a Luis XVI en 1789, es inevitable llegar a la anterior hipótesis.
Un reajuste como el descrito aquí, no garantizaría una evolución favorable hacia formas de gobierno democráticas, que acaben con el secuestro de las libertades fundamentales y la participación condicionada y marginal en las actividades que competen a la soberana elección de cada ciudadano.
Por tanto, es preciso estar alertas con esos que ahora, desde sus puestos en las instituciones gubernamentales, proceden a cuestionar políticas que apoyaron fervientemente durante años a través de su intelecto, o condonaron con su silencio.
El oportunismo podría ser la motivación de muchos de los que han decidido poner ahora en el candelero problemas enraizados a la sombra de la ineptitud y el voluntarismo.
Lo que ellos se atreven a decir ahora, ¿espontáneamente o autorizados?, ha sido expresado, hasta la saciedad, por fuentes alternativas desde hace décadas.
Desafortunadamente, el discurso de estas personas hacia la sociedad civil independiente contiene la misma sordidez que el de los voceros oficiales.
Algunos prefieren obviar el tema y otros arremeten sin medias tintas contra la “oposición tradicional”, como para equilibrar sus evaluaciones negativas sobre las erráticas decisiones de las instancias de poder.
No es sensato apostar por enjuiciamientos absolutos. Puede que haya personas sinceras en esta especie de “disidencia light” que avanza al compás de los tiempos que se avecinan.
Eliminar a los cubanos que optaron por la oposición pacífica a cara descubierta, en un futuro compartido entre dos fuerzas políticas con más semejanzas que diferencias, es inmoral. Y hay que luchar sin descanso para evitarlo. La democracia debe llegar a Cuba lo más pura posible dentro de los parámetros de la imperfección humana.
Las huellas dejadas por Fulgencio Batista, Fidel y Raúl Castro, quedarán como un recuerdo a no repetir, por el bien de las futuras generaciones.
Este año se cumplieron 60 años bajo el estigma de gobiernos dictatoriales. Desde 1952, somos rehenes de ese funesto ciclo.
Sería imperdonable la legitimación de una dictadura perfecta en la Isla.
De México prefiero recordar el libro escrito por el ex canciller Jorge Castañeda: La Utopía Desarmada. Por inferencia, ya sabrán el porqué de mi predilección por esta obra.