LA HABANA, Cuba, marzo, 173.203.82.38 -Cada año, la Feria Internacional del Libro de Cuba, cuya sede principal está en La Cabaña, lleva más lejos las fronteras del olvido, y del menosprecio por la Historia. En su origen, fue la Feria del Libro; luego, ha sido también la Feria de la Gastronomía, la Artesanía, y las Diversiones. Cada año, se parece más a una plaza medieval, en donde confluyen y se exhiben los comerciantes, poetas, narradores y actores –que por supuesto, han recibido el “visto bueno” del Estado. Pero ese espíritu carnavalesco de las ferias, adquiere en La Cabaña una singularidad grotesca.
Ya no sólo las editoriales cubanas se preparan para lanzar allí sus productos, sino también los vendedores de alimentos, que por ejemplo, envuelven sus pasteles en un naylon, y le pegan una etiqueta que dice “Leer es crecer”. En mi última visita a la fortaleza, vi desplegadas en las áreas del foso seco unas carpas con restaurantes, y un parque de diversiones para niños. Dentro del recinto amurallado había más carpas, la mayoría para vender libros, otras los discos de música. No faltaban los populares kioscos de comida. Entre dos árboles colgaba una tela que anunciaba el “1er Festival de la Caricatura/ Para los 5 con Humor”. Bajo la mata de mango reposaban los dibujos, guindados con palitos de tender. Entré a una exposición de arte contemporáneo, fotografías y artesanías de la República de Angola. Pasé rápido a través de una exhibición de fotos, dedicada a la Crisis de Octubre de 1962. Divisé otra, sobre Juan Almeida. A la sala del Ché, en la Comandancia, apenas entré, me fui. Ya no tengo paciencia para el adoctrinamiento.
En la librería mayor, o pabellón de los libros en moneda nacional, vendían unos cuadernillos infantiles, que eran cómics sobre la vida de Manuela Sáenz, “la Libertadora del Libertador”, Ignacio Agramonte, y Fidel Castro. En este último se ilustraba el asalto al cuartel Moncada, y los juicios posteriores. Curiosamente, esas historietas se mezclaban con otras, como la de Batman.
¿Y sobre la historia de La Cabaña, qué? Hay sólo dos piezas conmemorativas (además del tímpano de la puerta de entrada final) que recuerdan a figuras históricas, no vinculadas con la Revolución cubana. Una, que está en el llamado Foso de los Laureles, es un monumento al poeta cubano Juan Clemente Zenea, fusilado allí en 1871. La otra es una tarja metálica en recuerdo del capitán Feliciano Risech Amat, la cual fue colocada por sus “compañeros de promoción”, de 1930 a 1933. Algún día espero ver inaugurada una tarja colectiva, o quizás un monumento, que diga: “Aquí fueron encarcelados, por ser hombres libres: José Martí, Juan Clemente Zenea, Hubert Matos, William Morgan, Reinaldo Arenas, Nelson Rodríguez Leyva, Ángel Santiesteban”, y muchos más. Un tributo semejante debiera hacerse en el Castillo del Príncipe, cuyas celdas hoy están vacías y abandonadas, y también en el Castillo de Atarés, que recientemente fue donado por el ejército a la Oficina del Historiador.
El filósofo georgiano Merab Mamardashvili ha escrito que “el órgano de la vida, el órgano propio al hombre, es la Historia”. Y es un órgano porque es un instrumento, una herramienta de signos, con la que el hombre se define y se realiza, y con la cual articula su identidad, ya que cualquier identidad se basa en los imaginarios de la Historia, que le dan sentido al presente. La Historia es el puente que enlaza al tiempo, y donde éste adquiere su plenitud; y es el horizonte al cual se proyecta lo finito-particular hacia lo infinito-universal. Luego, ¿qué puede significar La Cabaña? Puede ser la jactancia que desafía al invasor extranjero, la firmeza de una ciudad orgullosa, que quiere defender su bonanza; y también puede significar el naufragio de la libertad, el martirio de los hombres libres, aunque (en su reverso) muestre el brillo espiritual y la entereza de quienes decidieron ejercer su autonomía.
En realidad, La Cabaña ha sido un símbolo de amenaza y opresión a la libertad, y por ende, debe servir –como un destino de compensación histórica– para fomentar aquello que negó: el espíritu de libertad. Allí pudiese crearse un museo, una galería, una escuela (relacionada con la arquitectura y la restauración, o con lo que sea), pero siempre debe haber un lugar de homenaje para las figuras de su historia. Las calles de La Habana están llenas de tarjas que recuerdan a los mártires de la dictadura de Batista, y de Playa Girón, aunque hoy en día son prácticamente desconocidos, y de ellos, sólo sabemos con certeza su nombre, su tiempo de vida, y que murieron por haberse integrado a una lucha política.
La Historia hay que aceptarla, aunque no nos guste, y hay que honrarla, aunque nos duela, cuando ha sido un camino de aprendizaje. Si la Patria pudiese hablar, seguramente le diría a La Cabaña:
“Si deshecha en menudos pedazos / llega a ser tu memoria algún día / nuestros muertos alzando los brazos / la sabrán defender todavía”.