LA HABANA, Cuba, enero, 173.203.82.38 -Desde un simple mazo de lechuga hasta un pichón de cocodrilo, valorado en 30 pesos convertibles (33 dólares), se vende en la llamada “candonga para carretilleros”, un sitio ubicado a 15 kilómetros del centro de La Habana, en la avenida 114 y autopista de Pinar del Río, en el municipio de Marianao.
Este lugar -de aproximadamente 150 metros cuadrados- habilitado por el Estado, recibe a diario entre 20 y 25 camiones particulares con productos agrícolas, provenientes de todas las provincias del país.
Mientras los carretilleros (vendedores de viandas, frutas y hortalizas, extinguidos por la revolución desde hace más de 40 años) están de vuelta en La Habana, los Mercados Agropecuarios Estatales se deprimen. ¿Y por qué razón se deprimen?.
Ante tal interrogante, hace poco decidí visitar este punto de venta mayorista, en la periferia capitalina, hoy equivalente a lo que fueron la plaza de Cuatro Caminos o el mercado de Carlos III antes del triunfo de la Revolución. Este centro de acopio, descontaminado de impagos al productor y de toda la sarta de mecanismos burocráticos propios del socialismo, vende de primera mano todos los productos agrícolas que ofrecen los particulares en la capital, y hasta incluso los que consumen algunos organismos e instituciones del Estado.
“No solo le vendo a carretilleros o puestos de viandas particulares. Aquí también vienen a comprarme administradores de hospitales, círculos infantiles y centros de trabajo”, comentó Ernesto, un productor de piñas del municipio Colón, en la provincia de Matanzas.
Cuando llegué al lugar, sobre las 10 y 30 am, 90 % de los productos agrícolas ya se habían despachado al por mayor. Nada más quedaban en venta un camión de cebollas y otro de piña, ambos procedentes de la provincia de Pinar del Río. El último vendía el quintal de piña en 150 pesos (equivalente a 6.60 dólares), fruta que los carretilleros venden en 10 pesos cada una (0.50 centavos de dólar).
“Yo tuve que comprarle la cosecha de piña a otros productores de Colón para poder llenar el camión. De todas manera, si hubiese llegado a La Habana solamente con mi cosecha, igual me daría negocio el viaje”…agregó el productor Ernesto.
Mientras en este punto concentrador la mercancía fluye rápidamente hacia todos los municipios de la capital, los centros estatales de acopio, como La Fortuna, a 10 kilómetros del centro de La Habana, despachan a lo sumo tres o cuatro renglones agrícolas de pésima calidad: plátanos, tomates, cebolla y yuca. De ahí que mercados agropecuarios estatales, como el del Reparto Eléctrico, en el municipio de Arroyo Naranjo, y el de Santa Catalina, en Diez de Octubre, parezcan haber sido arrasados por un ciclón.
“Los productores no quieren venderle al Estado, siempre hay jodedera (demora en la liquidación) con el pago de la mercancía”, dijo a este reportero un empleado del mercado del Reparto Eléctrico, que no quiso identificarse.
¿Pueden los agromercados estatales adquirir productos agrícolas en la candonga de 114?
“Ellos pueden venir y comprar aquí. Pero no sé si no quieren o no los dejan (…) Lo de nosotros es vender y que nos paguen al momento, nada de chequecitos sin fondo”, comentó Francisco, un productor de cebollas de Villa Clara.
Viendo como los Mercados Agropecuarios Estatales se deprimen, y cómo la especulación con los productos agrícolas prima sobre la oferta y demanda, hoy la “seguridad alimentaria” queda en manos de productores y vendedores particulares.
Mientras cientos de carretilleros recorren diariamente La Habana u otras ciudades cabeceras del país, el Estado reduce su oferta de productos agrícolas. Este fenómeno, marcado por legendarios desajustes en los mecanismos de acopio y distribución, es imposible de revertir, dado el creciente número de licencias otorgadas por el Estado a vendedores particulares.
La candonga de 114 no sólo crece en variedad de productos agrícolas, provenientes fundamentalmente de las provincias Santiago de Cuba, Villa Clara, Matanzas, Artemisa, Mayabeque y Pinar del Río. El sitio es también invadido por vendedores con las más disimiles e inimaginables ofertas.