LA HABANA, Cuba, diciembre, 173.203.82.38 -Los sábados, en las tiendas de La Habana, hay que acopiar paciencia, además del dinero imprescindible para pagar.
En la puerta de la tienda de comestibles de 10 de octubre y Luís Estévez, en el municipio 10 de Octubre, la fila de personas a la espera para entrar me anunciaba que invertiría un buen rato en comprar. La mujer detrás de la cual me paré en la cola me dijo que la empleada que custodiaba la entrada demoraba algo en mandar a pasar.
Esta mujer venía a comprar uno o dos paquetes de perros calientes: “Imagínese que en estos días es mejor comprar perritos, porque ya estamos cansados de comer huevo en todas sus formas, y menos mal”. Me preguntó si yo también venía a comprar perritos. Respondí negativamente.
La segunda cola que hice fue al fondo de la tienda, donde venden los productos lácteos y cárnicos. La empleada de ese departamento me mostró un trozo de queso tipo gouda, pero de dudosa legitimidad por la consistencia. Pero era el único que había.
Luego pasé a buscar dos paquetes de espaguetis. Sin abandonar su cómoda posición recostado a la caja, el cajero junto a los anaqueles de las pastas me señaló que debía pagarlos en otra caja, junto a la puerta de salida.
Marqué en la fila de la otra caja. Y ahí demoré casi treinta minutos en pagar. La cajera cobraba con extrema lentitud. Detrás de ella, otra empleada con su uniforme de chaqueta y saya verde botella solamente vigilaba a los de la cola.
La mujer que iba delante de mí en la cola anterior, marcó ahora detrás. Como si me conociera de toda la vida me preguntó si había comprado lo que buscaba. En esta ocasión mi respuesta fue afirmativa.
Únicamente había comprado dos paquetes de perritos. Los sostenía con las dos manos como si fueran a escapar. Añadió que era lo único que podía comprar porque no tenía dinero para más.
Sin pedírselo me contó que en su casa son seis de familia, y “con lo que cuesta la alimentación hoy en día”, dijo, componía la comida picando en trozos los perritos y ligándolos con uno o dos huevos, para preparar un revoltillo.
El resto era sopa y pan. Para la base de la sopa dos cuadritos de caldo de pollo y alguna vianda con sus especies para darle sabor, y basta. “Óigame, si en la bodega por la libreta ya no venden nada, dígame usted, uno tiene que parar en la shopping con unos quilitos (centavos), y ver lo que se pueda llevar”.
¿Para la Navidad, usted dice?, me preguntó la señora, sin que yo le hubiera dicho nada: “Pues, espero que venga mi marido, a ver si afloja unos pesos y compro unos pedacitos de carne de puerco para componer un arroz con trocitos, y esa será la cena el fin de año. ¿De dónde saco dinero para comprar pollo para todos?”
Sin detenerse, me cuenta la mujer que antes iban para Matanzas, a pasar las navidades en casa de sus padres: “Mis hijos eran chiquitos y éramos menos, pero hoy está la mujer de mi hijo mayor con una nietecita, y mi hija no quisiera alejarse del novio. Somos demasiados para viajar, con lo caro que están los pasajes y lo difícil que está el transporte en estos días de fin de año. Entonces, mejor nos quedamos en casa. Bastante machacadera tengo yo con estas colas”.
La fila no avanza. La demora pasa del cuarto de hora y la espera motiva a los intercambios espontáneos entre los clientes que invierten paciencia antes de pagar el importe de las compras en la caja principal. Nunca quise indagar por qué el cajero de atrás no funcionaba, y así aliviaría a la cajera principal. Después de todo, estas colas también me sirven como clases de historia.