LA HABANA, Cuba, abril, 173.203.82.38 -Después de un agotador día de trabajo, con muy baja remuneración, vas a liarte con un transporte cada vez más en crisis. Entonces llegas a la casa, al final de la tarde, y sigues batida con las tareas hogareñas en una especie de ruleta de sufrimiento cíclico, un desgaste psicológico que no tiene precio. Este suele ser el horario pico para la gran mayoría de las familias habaneras. Es lo que aquí llaman “La hora del escape”.
El supuesto escape se relaciona con las panaderías de horario permanente, que suelen estar ubicadas en zonas con alta convergencia ciudadana. También cerca de estos puntos de encuentro se hallan los llamados “DiTú”, “Al Paso” o “DiMar”, pequeños restaurantes de comida rápida que venden en divisas, así como farmacias y carretilleros con productos agrícolas.
Salir de la casa a “La hora del escape” para hacer la compra del pan y de otros productos, equivale a un respiro que la gente aprovecha para desahogarse conversando en tanto transcurre la eterna cola. El ambiente que se reúne en estos sitios es de la más variopinta fauna social.
A la cola del pan llegan los viejos retirados, los adolecentes que buscan pescar algún extranjero en la parte del “DiTú”, las amas de casa con sus arreglos en la cabeza, los padres de familia con tonos marciales. Es un largo desfile de gente que refleja el cansancio de todos los días, puesto que todo gira y es más de lo mismo.
Sin embargo, en tanto transcurre la cola, se crea un microambiente de válvula de escape, se oyen susurros de inconformidad, se habla a media voz. Pues nada de decir cosas de frente, no vaya a ser que el chivatón de la esquina se entere. Así surgen de la cola las murmuraciones, que son como los silbidos de una vieja olla de presión.
En los alrededores se aglomeran los dulceros (venden productos hechos en casa), los que venden javitas a un peso. También están los que venden queso-crema, mantequilla, detergentes, horquillas para la ropa y un largo elenco de merolicos con carritos de viandas, frutas y vegetales. Sin embargo, es imposible obviar que a esta hora pico llegan también a la cola los más desahuciados de la vida. Se aproximan harapientos, locos y mendigos que piden limosnas, así como los borrachos, que constituyen legión en todos los barrios. Hace unos días se aproximó a la cola un hombre diciendo que él había sido el chofer del Che. Estaba en unas condiciones calamitosas. Es deprimente ver semejante espectáculo.
Pero hacer la cola a veces es gratificante. La gente habla y suspira a medias y entrecortadamente, clamando por las mejoras económicas que tardan demasiado en llegar. La reunión es efímera, puesto que la cola dura entre veinte minutos y media hora. Sin embargo, es prolífica en voces ácidas, contrarias al régimen. Nada mejor que una cola habanera para medir la temperatura social y recolectar opiniones.