LA HABANA, Cuba, abril (173.203.82.38) – Difícil hallar en el mapa a Punta de Palma, un Macondo en la provincia Pinar del Río. Los campesinos, si se les pregunta, responderán burlones que queda más allá de Remangalatuerca, lugar irreal que da idea de muy lejano y escondido.
El rinkimbili, aparato construido a base de inteligencia y necesidad, llevaba alegría y bienestar día por día a ese apartado lugar. Jesús Silva, joven periodista residente en Briones Montoto, a quince kilómetros de Punta de Palma, cuenta que el propietario lo construyó con piezas en desuso y chatarra.
“Le puso una motobomba estacionaria de regadío; la caja de velocidades y el diferencial eran de un viejo jeep Willis; frenos hidráulicos, gomas de balón, barras de hierro, tablas muy fuertes. Era medio de trabajo y transporte. También de distracción. El dueño y su familia iban en él a la playa a disfrutar del mar y pescar. Hoy solo conservan la nostalgia”.
Un artículo publicado en la revista independiente Sociocultural, dirigida por Fernando Martínez, refiere “La falta de transporte hace que los cubanos tengan que usar su ingenio para lograr inventos como el rinkimbili. No importa si hace ruido. Lo importante es que camine”.
Una foto del ex propietario manejando el estrafalario pero utilísimo automóvil, calza la información.
El rinkimbili transportaba alimentos y otras mercancías desde Briones Montoto a Punta de Palma y otras comunidades intrincadas.
“Antes de aparecer en escena el vehículo artesanal teníamos que comer el pan con cuatro o cinco días de elaboración. Igual demora con los demás productos. Sin el rinkimbili volvimos a la situación anterior”, asegura Francisco Leiva, jubilado.
Residentes en el territorio coinciden en que es pésima la transportación pública. “Se puede decir que casi no existe transporte. El rinkimbili fue un medio seguro de moverse. Era una bendición. Su dueño es persona de buen corazón, noble, humanitario. Tenía el carruaje a disposición del pueblo, ¡ni hablar cuando había alguna urgencia médica de día, noche o madrugada! Lo aseguro. Es un crimen lo que han hecho quitándole el vehículo y destruyéndolo”, dice un vecino.
Silva explica que se sabía que el vehículo no tenía permiso de circulación, pero lo mismo que los tractores se movía en área rural, donde no hay mucho movimiento vehicular. “Nadie pensó que se lo quitarían sin siquiera una advertencia o permitiéndole recuperar piezas útiles”.
Muchos creen que tanta fama, y el inaudito destaque de prensa que nunca han tenido las autoridades de la comarca, pusieron el cuño a la sentencia de muerte del rinkimbili.
Dice Jesús Silva, que tantísimas veces fue pasajero del curioso armatoste mecánico: “Camino del desguazadero de la empresa DIVEP, dos agentes de la policía motorizada escoltaron al benefactor de esas pobres gentes. Lo condujeron al patíbulo como si fuera peligroso asesino, un terrorista que intentara escapar”.