LA HABANA, Cuba, abril (173.203.82.38) – El pasado 23 de abril se celebró el Día de la Lengua en homenaje de recordación a Cervantes y a Shakespeare. Los cubanos adoptamos la lengua castellana pues fue que nos legaron los colonizadores. Pero no fue la lengua de Castilla, la de Cervantes, propiamente dicha, sino aquella que hablaban los colonos, provenientes de Andalucía, Valencia, Galicia, Cataluña e islas Canarias.
Una lengua a la que se incorporó más tarde voces bantúes, yorubas, mandingas, provenientes de África.
Hoy nos preguntamos cuál es la lengua que hablamos. Interrogación que obedece a las variantes del habla que escuchamos y empleamos en distintas ocasiones. Así puede resultar que de una persona adulta y desconocida, reciba un trato de señor, o compañero, mientras que un niño de doce años, o un joven, el trato que me dispense es el de “puro”, que significa persona mayor de cincuenta años, y equivale también a padre o abuelo.
El nieto de doce años me anuncia al abrir la puerta: ¡Llegó abuelo!, o ¡Aquí está mi abuelo! Pero minutos más tarde, en tono jocoso, al intercambiar con él sobre sus actividades escolares y extraescolares, utiliza el apelativo puro, para significar que emplea un tono más coloquial, cercano a la confesión de un hecho que con cierta picardía, solamente a mí se atreve a decirme.
Así se establece la comunicación más transparente. Sin embargo, muchas veces, en una conversación entre dos personas, escuchamos modismos y frases que esconden la verdadera significación del mensaje, porque lo explícito, lo que pugna por decirse, está amenazado por circunstancias que lo reprimen.
Hay muchos temas tabúes en Cuba. Hay áreas de silencio que no han sido satisfechas con las palabras habituales y, por razón de imposiciones políticas, están condenadas a no hacerse explícitas.
Sin libertad de expresión, no puede existir un empleo amplio y real del lenguaje a la hora de expresarse. Ni pueden tener los hablantes un manejo adecuado de toda la riqueza léxica de nuestro idioma.
El uso frecuente de consignas vacías y frases acuñadas, sustituye en muchas ocasiones al lenguaje franco y sencillo de quien no tiene miedo de expresar lo que siente.
Pienso que nuestra lengua no se ha “empobrecido” como muchas personas opinan. Hemos restringido el uso de la lengua a los temas a los que nos ata la emergencia de la cotidianeidad; al hecho diario y muchas veces intrascendente, que nos obliga a quedarnos en esa hora 24 y a no mirar al horizonte.
No llegaremos a ser una verdadera nación hasta que ejerzamos el derecho a expresar lo que sentimos, queremos, deseamos, para nuestro bien y nuestro futuro.
Mientras no podamos hablar de nuestros verdaderos problemas, abiertamente, no constituiremos una nación inclusiva. En tanto no dejemos de usar términos excluyentes sobre el carácter y la personalidad de los demás, no estaremos en el camino apropiado para alcanzar ese objetivo.
Entre todos tenemos que lograrlo. Será difícil hablar un mismo lenguaje, porque las formas de pensar son diversas, pero en la diversidad pudiéramos hallar una frecuencia que se ajuste a la sintonía imprescindible para entendernos.