LA HABANA, Cuba, diciembre, 173.203.82.38 -Lo despertaron a las tres de la mañana. Todos dormían, pero él tuvo un presentimiento lo suficientemente fuerte como para desvelarse. Sabía, por referencias, que era costumbre de las autoridades de la prisión sacar a los presos en libertad condicional durante la noche o la madrugada. En eso no se equivocó. Se levantó en silencio de la litera y acomodó sus pertenencias en un saco. Se despidió de su compadre más cercano, a quien todavía le quedaban quince años por cumplir. Se echó agua en el rostro y caminó delante del guardia por el centro de la línea amarilla.
Afuera no lo esperaba nadie. A esa hora de la noche no tuvo otro remedio que caminar un largo tramo, de cinco kilómetros, hasta el poblado más cercano. Allí fue directo a la terminal de ómnibus municipal, y logró acomodarse sobre un banco de madera dura, pero no pudo conciliar el sueño. Al otro día abordaría el primer ómnibus que lo sacara de aquel pueblo hacia la capital provincial.
Estaba bien lejos de casa, y todo para él era como nuevo. Recordó entonces el día en que lo detuvieron. El abogado de oficio le dio muy pocas esperanzas y lo preparó para lo peor. Su caso era altamente sensible y su vida corría peligro. Se enteró de la caída del Muro de Berlín, y de la desaparición de la URSS, estando aislado y bajo régimen de cárcel preventiva, en la prisión habanera de Valle Grande.
Su expediente estaba en manos del tribunal supremo popular, el cual conmutó la pena de muerte y dictó privación de libertad por veinte años. Los cumplió hasta el último minuto.
La primera parte de su sentencia la saldó en un destacamento de máximo rigor, en la prisión “Kilo Cinco”. Lo ubicaron en el segundo nivel de la edificación y solamente lo sacaban una vez a la semana a tomar el sol, junto a los otros reclusos de ese nivel. Así transcurrió casi la mitad de su condena, en destacamentos de máxima severidad, más una larga secuencia de “cordilleras” (traslados) de una prisión a otra.
Ni siquiera le dieron la oportunidad de acogerse a una misteriosa y masiva “licencia extrapenal”, en los días de agosto del 94, cuando esta inmensa cárcel que es Cuba abrió las costas a la emigración en masa y precaria. Vivió en directo el recrudecimiento de la crisis y la etapa del denominado “milordo”, o agua con azúcar como único alimento un día especifico de la semana. Sus padres fallecieron mientras él estaba recién llegado al Combinado del Este. Sus hermanos le viraron la espalda cuando se enteraron de que había buscado pareja en la cárcel.
El tiempo pasó, el dolor se atenuó, sin desaparecer del todo. Cuando el reeducador le anunció que los documentos de su libertad condicional estaban en trámite, no sintió alegría ni tristeza. Toda su juventud había transcurrido entre rejas, y ahora, aunque las dejase atrás, las llevaría por dentro para el resto de su existencia.
Logró sobrevivir hasta recuperar su libertad, pero todavía no podía definir el modo en que recuperaría su vida.
Al anochecer, el camión que le transportaba llegó a la capital. Ahora comenzaba para él un largo y sinuoso camino, bajo la mirada vigilante del jefe de sector de la policía y de los chivatos de la cuadra. Por eso, cuando abrió la puerta de su pequeño apartamento, no le preocupó ser irreconocible para un grupo de jóvenes, casi hombres, que él había visto gatear en el Circulo Infantil de la esquina.
Ya dentro, tuvo miedo de encender la luz. A tientas, caminó hacia el cuarto. Las voces casi olvidadas de su mujer y su niña pequeña le sacudieron el cuerpo, como las balas de un pelotón de fusileros.
Entró al cuarto, ese lugar donde su vida dio un terrible vuelco, dos décadas atrás. Se detuvo ante la cama, donde masacró a machetazos a su mujer y el amante. Había sentido una sombra tras él y, por instinto, impulsó el machete, lanzando un golpe limpio, sin mirar. Su hija cayó fulminada, con la sangre del tajazo inundándole la garganta.
Ahora, de regreso, toda la visión de aquel instante le llega de golpe y lo sacude, hasta ponerlo de rodillas. El dolor en su pecho se hace insoportable. Entonces, por primera vez en veinte años, llora.