LA HABANA, Cuba, noviembre, 173.203.82.38 -Cada año, cuando comienzan los primeros días invernales de noviembre, recuerdo a las mujeres de la Prisión Manto Negro, situada en el poblado de Guanajay, provincia de Artemisa. Aquellas celdas, pequeñas y estrechas, que eran verdaderos hornos durante el verano, se convertían en congeladores en los meses de invierno.
Justamente a mi llegada, con los primeros fríos de 1989, me impactó ver lo que hacían aquellas mujeres, muchas de ellas casi ancianas, y otras demasiado jóvenes, para poder bañarse. Al principio, me negué a calentar el agua como lo hacían, quemando libros, y me bañé un par de veces, temblando por el agua helada.
Más tarde, en enero y febrero, el frío se hizo tan intenso que acepté, contra mi voluntad, aquella práctica, que a mi, una bibliófila, me parecía ¨bárbara¨. Y entonces aprendí a hacer una fogata. Estrujaba páginas de libros hasta que quedaran bien comprimidas, y las colocaba debajo de una lata de aceite llena de agua, elevada sobre dos ladrillos.
“Acabo de bañarme gracias a José Martí”, me dijo sonriente una chica que no pasaba de los 18 años, condenada a un año de prisión porque le había aceptado unos zapatos a un extranjero. Yo la miré con mucha pena.
No hace mucho, me encontré con una de aquellas mujeres en la calle y me detuve a conversar con ella. Le pregunté si sabía si continuaba en Manto Negro la misma costumbre de quemar libros para calentar el agua, y me dijo que sí, porque la situación adentro no había cambiado.
En la biblioteca del penal, donde yo iba con frecuencia en busca de algun buen libro, se vaciaban los estantes en los meses de invierno, y era del conocimiento de las militares el modo en que desaparecían sus libros, para ser convertidos en ceniza en las fogatas de las celdas.
El alma se me caía al piso, cuando veía que deshojaban un ejemplar de Ana Karenina, novela que marcó mi adolescencia; o uno de La Divina Comedia, el libro preferido de mi padre; o El Rojo y el Negro o la poesía mayor de José Martí. Luego, me acostumbré.
No obstante, recuerdo, satisfecha, un pequeño triunfo. Logré que las presas del Destacamento Uno, donde permanecí un año por pedir públicamente un plebiscito en Cuba, en vez de quemar obras valiosas de la literatura universal, buscaran para quemar revistas y periódicos viejos con discursos kilométricos del Comandante en Jefe, de los que hoy ya nadie se acuerda.