LA HABANA, Cuba, mayo (173.203.82.38) Mario, el vecino –según sus palabras- quisiera morir en los próximos tres años, y cualquiera le viene bien: el 12, el 13 ó el 14, “porque 2011 ya no cuenta, aunque si mi salud sigue deteriorándose me viene bien cualquier año”.
Entre la artrosis generalizada y los problemas circulatorios hacen que le brote el deseo de despedirse de este mundo. “Cada año que pasa, la vida se me hace más difícil con los dolores en los huesos y en las piernas. Llegará el día en que no pueda caminar y muera lenta y dolorosamente. Llegar a viejo en Cuba es una desgracia”, dice Mario.
En realidad sus enfermedades se combinan con otras circunstancias que incrementan la incertidumbre y la depresión. Mario vive solo, en un cuartucho inhabitable. Sus dos hijos se marcharon a México, mediante matrimonios –pagados- con mujeres mexicanas. “Sólo esporádicamente tengo noticias de mis muchachos, cuando me mandan algún dinero. Los doscientos cincuenta pesos que recibo de pensión son como tener un menudito en el bolsillo. Hay veces que me acuesto con hambre. Cuando llega alguna remesa es que puedo alimentarme mejor”.
El crecimiento de la población de la tercera edad, y los problemas económicos que afrontamos, sin soluciones a corto ni mediano plazo, anuncian un futuro no muy placentero para los ancianos cubanos.
Recientemente, la prensa oficial dio a conocer el drama de una persona que tiene un familiar de edad avanzada postrado en una cama. Independientemente de que la causa esté asociada a la vejez, o por determinada discapacidad física, atender correctamente a una persona en estas circunstancias en Cuba es casi imposible.
La escasez de sillones de ruedas, la falta de transporte para trasladar al enfermo al hospital o asistir a las consultas de rutina, la dificultad para conseguir culeros desechables o telas antisépticas para confeccionarlos, artículo de primera necesidad para quienes padecen de incontinencia, son algunas de las preocupaciones y dificultades de Claudina, la mujer de cuyo caso habla la prensa, quien llama a hacer urgentes esfuerzos para restablecer una atención personalizada en este tipo de situaciones extremas.
Mientras, Mario, mi vecino, puede ser otro potencial suicida. Sus temores no son infundados y está seguro que las cosas no van a mejorar. Tiene sólo 68 años y las secuelas de la vejez comienzan a tornarse insoportables.
“Antes que morir en una cama como un perro, mejor es que me dé un infarto masivo. Dios me oiga”, dice con la vista fija en un cielo sin nubes.