LA HABANA, Cuba, marzo (173.203.82.38) – Generalmente se acepta que los seres humanos son “animales de costumbres”, y éstas pueden ser positivas o negativas. Las primeras se transforman en valores que enaltecen la condición humana; las segundas, degradan y envilecen.
Desde su llegada al poder, el régimen cubano estableció las bases dogmático-doctrinales, destinadas supuestamente a formar un hombre nuevo; fijándose como meta dar al traste con las normas y valores tradicionales de la nación cubana y sustituirlos por los cánones del marxismo-leninismo “a lo Castro”.
Para la consecución de este propósito, fueron necesarios el fraccionamiento de la familia y, por ende, de la sociedad; destruir el sistema económico existente, entronizando una escasez permanente y generalizada; el control estatal de todo y de todos; habituar a los cubanos a pasar sus vidas haciendo largas colas para subsistir, a trabajar “voluntariamente, para tratar de ganar el derecho a comprar algún efecto electrodoméstico, o a pasar una semana de vacaciones en una casa en la playa, a pedir un permiso del gobierno para poder salir del país, etc.
Se diseño un sistema doctrinal-educativo que inculcó en los cubanos la preeminencia de los deberes por sobre los derechos ciudadanos; anteponiendo el “bienestar de la sociedad” al concepto del progreso individual mediante los méritos y el esfuerzo propio. De esta forma, se logró la progresiva degradación de la conciencia colectiva de la población. De facto los cubanos pasamos de ser ciudadanos, a siervos de la gleba, y hasta esclavos, de los “dueños de la finca”.
Medio siglo después, aunque la construcción del abnegado “hombre nuevo” fracasó, es evidente el éxito del plan castrista para arrasar con cuanto existía en la Cuba pre-revolucionaria. Se aprecia hasta en la pérdida del respeto a la obra de los patricios que forjaron nuestra nación, sin que su lugar pudiese ser llenado por los mártires de la lucha revolucionaria. Los símbolos nacionales han perdido su significado para los cubanos; el concepto de nacionalidad y de nación es indeterminado.
Es abrumador el desinterés del pueblo por participar en la política nacional y lograr que las cosas cambien; para la mayoría la solución de los problemas está en la emigración, que se ha convertido en la meta.
Lo peor de todo no es el fracaso de la revolución, ni el desastre económico que es hoy el país, ni siquiera el medio siglo perdido por una nación dinámica que avanzaba velozmente hacia la modernidad. Lo peor es el daño permanente infligido a la idiosincrasia de nuestro pueblo. Los cubanos nos hemos convertido en un pueblo inerme, siempre a la espera que algo pase.
En el futuro inmediato de la Isla, veo más sombras que las luces.