LA HABANA, Cuba, noviembre (173.203.82.38) – Si “Abril es el mes más cruel”, como afirma el gran poeta T.S. Eliot en su libro The Waste Land, noviembre no lo ha sido menos para los escritores cubanos. La llegada del raquítico invierno a la isla, al parecer alienta la censura. Los guardianes de la política cultural jamás velaron tanto en otras estaciones.
Cualquier proyecto artístico o literario creado dentro de la revolución, si resultaba incómodo para el poder, era devorado, y muchos en noviembre. Igual sucedía con las individualidades. Nada ni nadie en busca de nuevos cauces creativos, diferentes propuestas, o intención de mostrar otros matices fuera de lo establecido por la ideología, quedó sin castigo.
La vocación del semanario literario Lunes de Revolución de enfatizar las diferencias del sujeto nacional, “mostrándolo como una entidad plural, múltiple, antagónica”, entre otras razones, fue la causa de su cierre el 6 de noviembre de 1961.
También otro noviembre, pero de 1965, y más o menos por similares causas, fue cerrada la editorial independiente El Puente, encarcelado su director, el poeta José Mario, y forzada al exilio la poetisa Ana María Simo, subdirectora.
Pero no pasarían muchos noviembres sin que la censura mostrara su obsesión en devorar al autor y su obra en el onceno mes del año. Menos agresivos esta vez, pero con posterior acción carcelaria para uno de los autores, publicaron el poemario Fuera del juego, de Heberto Padilla, y la obra de teatro Los siete contra Tebas, de Antón Arrufat, con un prólogo que los denunciaba como “contrarios ideológicamente a nuestra revolución”.
Este Sambenito literario provocó que 34 figuras internacionales del mundo intelectual, publicaran en Le Monde una carta en la que se preocupaban por las represalias contra los escritores cubanos. Sin embargo, ni las voces de Jean Paul Sartre, Mario Vargas Llosa, Octavio Paz, Julio Cortázar y Simone de Beauvoir, entre otros prestigiosos intelectuales que admiraban la revolución cubana, fueron escuchadas.
El 19 de noviembre de 1991, la poetisa María Elena Cruz Varela fue obligada a tragarse una copia de la Carta de los diez, documento en el que un grupo de intelectuales pedían reformas al régimen. Ocho días después fue condenada a dos años de prisión.
Pero los tiempos cambian y noviembre también. Y este noviembre no ha sido la excepción. El libro de entrevistas Sin perder la memoria, de Alicia Elizundia Ramírez, puso al desnudo la historia de algunas víctimas de la represión cultural.
Las víctimas y sus perseguidores se encontraron de frente en el mismo escenario de la Plaza de Armas, en un Sábado del Libro, de donde alguna vez, no importa si en noviembre o abril, muchos escritores fueron expulsados.
Tal vez la censura todavía asoma el rostro por algunas editoriales, pero ya no demoniza libros ni autores. Aunque los censores no están del todo derrotados, son minoría, tienen miedo y poco pueden hacer. En los últimos años, salvo algunas escaramuzas que nacen y mueren en el papel de alguna revista literaria trasnochada, la censura se ha replegado a sus cuarteles de invierno.