LA HABANA, Cuba, mayo, 173.203.82.38 -En unos versos de agosto de 1980 dedicados al pintor exiliado Alejandro Lorenzo, decía Rogelio Fabio Hurtado: “Tengo un aspecto horrible de poeta retirado o loco”.
Más de 30 años después de aquel verso escrito en tiempos de desesperanza, cuando ya la dictadura, el miedo y otros demonios se declararon impotentes para cortar el guión de su vida, Rogelio Fabio me recuerda más bien a un profeta bíblico.
En las décadas transcurridas desde aquel verso de una noche de calor, mosquitos y mítines de repudio contra los que se iban, Rogelio Fabio Hurtado (La Habana, 1946) cobró bríos y nueva visión. Dejó de ser –si es que alguna vez lo fue- un poeta retirado. Algo casi imposible, habida cuenta que no hay retirada para los poetas.
Por las madrugadas, cuando todo parecía perdido, Rogelio Fabio volvió a escribir líneas y versos con toda la sinceridad del universo.
Sus poemas dejan el sabor dulce y amargo de las añoranzas, muchas de ellas comunes a dos generaciones de cubanos.
En esos poemas asoman los rostros que poblaron un tiempo cuando apenas andaban los turistas por la Habana Vieja y se podía beber té frío y cerveza en moneda nacional en la terraza del Hotel Capri.
De la mano del poeta vuelven los rostros de ayer, para que por nuestro bien no los olvidemos.
Los rostros de los que entonces no sabían qué eran disidentes ni si algún día podrían publicar un libro; los llamaban raros, y si se ponían de suerte, no los recogía la policía y terminaban la noche en un calabozo, se reunían en la cafetería de la funeraria de Calzada y K o el parque de enfrente, muchos años antes de que abrieran la Sección de Intereses Norteamericana.
El rostro –y hasta casi la voz- de la doctora Natalia, del Preuniversitario de La Víbora, que cuando a la Plaza Roja todavía no la llamaban así, explicaba la historia y la vida “a la luz implacable de la lucha de clases”.
Los amigos todos, “ni vigilantes ni vigilados, ni vencedores ni derrotados”. En un apartamento de Alamar, vagando enajenados por la calle 23 o trabajando “por la izquierda” en Hialeah… “Muriendo de una vida vivida demasiado poco, como casi todos”.
Asistimos a una funeraria de Arroyo Naranjo, durante el velorio con apagón, a la luz de un mechón de kerosén, de doña Carmelina: “digna y sin medallas, nacida antes de las Vacas Gordas y fallecida en Periodo Especial, sin recibir los Santos Sacramentos”.
Oímos voces de soldados rusos alrededor de la fogata y las tres tiendas de lona verde oliva camuflada de un campamento militar en la orilla izquierda del río Canímar, Matanzas, en 1964. Una madrugada de guardia cada dos noches, los baños en el río (si no hacía frío)… El ataque norteamericano que anunciaban era inminente y nunca se produjo.
Amable y nostálgico, Rogelio Fabio Hurtado, casi medio siglo después, brinda con algún alcohol potable y prorrumpe en tres ¡hurrá! por sus particulares “ruskis shelaviekas”.
A Rogelio Fabio Hurtado lo descubrió el poeta nicaragüense Ernesto Cardenal durante un viaje a La Habana en 1970 para participar como jurado en el Concurso Casa de las Américas. El poeta, sacerdote y revolucionario se deslumbró con los versos coloquiales de un joven soldado de la revolución de Fidel Castro.
Después del terrible 1971, Rogelio Fabio ya no estaba en el ejército verde olivo y prefería no leer sus poemas en los corrillos literarios del realismo socialista y los inquisidores.
Años después reencontró a Dios y su vida tomó un nuevo rumbo. En 1996 empezó a colaborar en las revistas católicas Vitral y Palabra Nueva. Lo eliminaron discretamente cuando resultó demasiado disidente para el gusto de la jerarquía eclesiástica. Desde hace más de seis años nos damos el lujo en Primavera Digital de tenerlo en nuestro consejo de redacción.
Del lado de “los débiles que no se justifican” descubrió que “la verdad -si la hay- es menos esencial que la ternura”. Un poderoso argumento para escribir buena poesía.
¡Qué firmeza de pulso la del barbudo Rogelio Fabio frente a una pétrea dictadura que se proclamó irrevocable, a despecho de la naturaleza humana y hasta divina.
Cuánto le agradecemos que hoy no sea pelotero, ajedrecista, militar ni comunista, sino poeta y de los buenos. Generoso, sin odios, ofrece espacio para todos en su corazón y paz desde sus cuartillas.