LA HABANA, Cuba, abril, 173.203.82.38 -“Pagar para ver” es una novela de obsesiones. El acercamiento a un hombre que vivió como pudo y no existió como quiso. Fernando, “El largo”, enloqueció escribiendo un libro. Cada día vivía el próximo capítulo.
Su mayor obsesión era escribir. Luego, tener una computadora. La más apremiante, obtener dinero, a como diera lugar, para comprar hojas y lápices con que escribir; después: comer. Todo en ese orden de prioridad.
De acuerdo con lo expresado por Mario Vargas Llosa, “en las sociedades cerradas, la ficción y la historia han dejado de ser cosas distintas y pasado a confundirse y suplantarse la una a la otra, cambiando constantemente de identidades, como en un baile de máscaras”.
¿Y quién duda que la cubana es una sociedad cerrada? Así sirve de escenario, en esta novela, a un juego de disfraces bajo el cual la población se asfixia por las carencias materiales, el acoso gubernamental, la pérdida de valores, y una especie de angustia metafísica que se vale de cualquier subterfugio para sobrevivir.
Escrita por Frank Correa (Guantánamo, 1963), y publicada por Latin Heritage Foundation, en noviembre de 2011, la novela “Pagar para ver”, es, además de una historia de múltiples obsesiones, un viaje por varios círculos del infierno de la realidad nacional.
Ambientada en La Habana de los años 90, en medio del caos del denominado Período Especial, la trama se bifurca y expande por toda la isla, entretejida en la voz omnisciente de un narrador que convierte en historia cuanto Fernando sueña, mira, oye y toca.
Pero la supuesta locura del personaje no fue por escribir. La causó la vida. Y el autor, en ese juego literario, donde las pistas falsas, el salto de la realidad a la ficción, y viceversa, enriquecen la historia y hacen copartícipe al lector de la búsqueda de la verdad.
Fernando, “El largo”, si bien está obsesionado por escribir, jamás se enajena de la realidad. La vive y retrotrae desde otras experiencias acaecidas en su niñez, el trabajo, la guerra, la religión, la cárcel y cuanto hecho marcó su existencia.
Sin renunciar a escribir, convive con ilusos, hambrientos, oportunistas, marginales y otros que, proyectados bajo el telón de fondo en que se ha convertido su vida, interactúan, sueñan y desaparecen como en un carrusel movido por su historia personal.
El desequilibrio mental es superior en quienes le rodean. Lila, su esposa, cuando se encabrita rompe espejos, platos, vasos, cosas que dañan en sentido colectivo. Además, asegura que su perro Drinky es el agente 957515, y que adivina los sueños y el futuro.
Jorgito, “El efímero”, caricaturista obcecado con que no le roben la billetera, vendió la casa y envió su madre a un asilo. Cuando ella murió, se deshizo del panteón, “de mármol y con un muerto adentro”, para que quien llegara no se sintiera solo.
Rojitas, mientras aguarda por su fusilamiento, se cubre de tatuajes toda la piel. Le vaciaron en el cuerpo el contenido equivalente a un periódico Juventud Rebelde. En una pierna le escribieron todo lo concerniente al derrumbe del campo socialista. En la otra, el cumplimiento del plan de azúcar del mes. En un pie, el parte del tiempo: mucho sol y calor. En el resto, las culturales y deportivas: Fallece el escritor cubano José Soler Puig. Grammy para Chucho Valdés. Santiago, Campeón de la serie nacional de béisbol.
Por último, en el cuello le tatuaron un collar de olivos. En una mejilla, el escudo; en la otra, la bandera cubana. Cómo última voluntad, lo pelaron al rape y le añadieron la letra del Himno Nacional.
Cada mañana, al encontrarse vivo, se rasuraba la cabeza para mantener el himno limpio de pelos y sudor. Obtendría el Guinnes. Fernando, El largo, jamás lo volvió a ver.
El mensaje o alegoría que deja la lectura de “Pagar para ver”, no es otro que la historia del cubano aplastado por los actos cotidianos de la revolución, la condena al desequilibrio y la marginalidad por el delito de luchar para sobrevivir.
Esta es la tónica de una novela trepidante y mordaz. La dramática lucha por la existencia y el porvenir, aunque recubierta por una pátina de sátira y humor, que ayuda al lector a cruzar sin espantos los sucesivos hechos de sus propias historias hasta el punto final.
¿Ficción o realidad? Dejemos que el autor de “La broma” y “La Insoportable levedad del ser”, Milan Kundera, sea quien defina: “Una novela es producto de una alquimia que transforma a una mujer en hombre, a un hombre en una mujer, el lodo en oro, una anécdota en drama”.
Y esa alquimia, por los infinitos rumbos de la fabulación, con un estilo limpio y garras de auténtico novelista, la consigue Frank Correa con “Pagar para ver”. La última palabra la tiene el lector.
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