LA HABANA, Cuba, enero, 173.203.82.38 -Nuestro hombre en La Habana, el estafador, pica y se extiende por la geografía nacional. Se clona en un agromercado, en una oficina de correos y en cualquier otro lugar. Hace metástasis en el tejido social de la nación.
Sus estafas son cada día más y mayores. Lo mismo en establecimientos estatales que en los timbiriches de vendedores particulares. El estafador no da tregua. Su ganancia es proporcional al número de incautos que salen a la calle a resolver sus necesidades.
Y no quedan ya en el país maleantes como aquel taxista que, en la década del 30, del pasado siglo, vendió bicarbonato por cocaína, en el Barrio Chino de La Habana, al escritor inglés Graham Green. Pero al otro día fue al hotel y le devolvió el dinero, porque él también había sido estafado.
El creador de las novelas “Historia de una cobardía” o “El poder y la Gloria”, entre otras de fama internacional, nunca olvidó el gesto y quedó convencido de que entre los marginales habaneros existía un concepto de la ética.
Según Green, su experiencia al frente del burdel que abrió en Senegal para sacar informaciones íntimas a los alemanes, durante la Segunda Guerra Mundial, le demostró que “los ladrones y las prostitutas poseían un sentido del honor que ponían en práctica de manera tan pundonorosa como un honrado burgués”.
Historia antigua en todo caso, por lo menos en Cuba. Los rufianes nacidos aquí con la revolución, no conocen el código que, según dicen, reglamenta el comportamiento en el submundo marginal.
Escándalos públicos y reyertas entre maleantes, por estafas en la compra venta de drogas, son parte del paisaje cotidiano en los repartos San Leopoldo, Cayo Hueso y Colón, entre otros de esta capital.
Entre las prostitutas y sus proxenetas, o entre los clientes que frecuentan algunas casas de citas “ocultas” en Los Sitios o Belén, las estafan por servicios incumplidos y robos han dejado heridos y hasta muertos. Pero tales historias no se publican en el país. La crónica roja no existe aquí, salvo para señalar lo que acontece en otras naciones.
Quienes aquí salen a la calle sin mirar o sin escuchar lo que sucede a su alrededor, sólo tendrían que leer el libro de testimonios “La prostitución en Cuba: Habana-Babilonia”, de Amir Valle, para estar seguros de “que no hay peor ciego que el que no quiere ver”.
Las estafas al ciudadano común se multiplican impunemente. Las denuncias del consumidor que adquirió viandas y frutas maduradas de forma artificial, están de modas en el país, sin que se correspondan, en número, con la acción policial para combatirlas.
También las violaciones que se originan a partir de la alteración de los precios y el peso del producto, así como las de aquellos a quienes les sustituyeron, por piedras o papeles, las medicinas y otros objetos de valor enviados a través del correo postal.
Son muchas las opciones del estafador. Pero pocas o ninguna las de resarcir a las víctimas, o las de tomar medidas con el rufián. Nuestro hombre en La Habana tiene las mismas mañas que la revolución.