LA HABANA, Cuba, agosto (173.203.82.38) – En el artículo Del mal comer, publicado en el diario El Nuevo Herald, por Alejandro Ríos, se nos revelan algunas recetas que todavía causan nauseas a los sobrevivientes de aquellos engendros culinarios de los años noventa.
De acuerdo con Ríos, por esa fecha se publicó el manual “Con nuestros propios esfuerzos. Algunas experiencias para enfrentar el periodo especial en tiempo de paz”. Precedido por la frase de Fidel “Nada es imposible para los que luchan”, el manual sugería platos como embutidos de toronja, hamburguesas de vísceras y picadillo de palma real, todo esto frito o cocinado con naranja agria a falta de grasa.
Además, se podía consumir pizza de revoltillo sin queso, ensalada de ceiba, flan de chícharos, helado de calabaza y bagazo de caña como fibra dietética.
A veinte años de la publicación del manual, aún la cocina cubana tiene cierta semejanza con la de aquellos años, que nos catapultó a la época cavernaria.
Comer en Cuba hoy no es difícil. Lo difícil es alimentarse. Un pueblo que consume inventos gastronómicos como el perro sin tripas, las croquetas estructuradas, el picadillo texturizado y la masa cárnica con extensores, no puede ser saludable. Salvo el pollo, lo demás es truco.
Es decir, seguimos en las mismas, aunque ahora con otras opciones de comprar un kilo de carne de res o merluza, si se puede, pues su precio es de diez y seis dólares, respectivamente, o sea, medio mes de sueldo de cualquiera.
A fuerza de frijol con arroz, huevo frito y boniato se llena la barriga el cubano. El pollo y la carne de puerco son quizás para los fines de semana y ocasiones especiales. El pan con jamón o croqueta, la tortilla y la pizza con refresco instantáneo, son el tentempié más usado.
Por eso causó burlas entre los telespectadores cubanos los dos programas Pasaje a lo desconocido, que conducidos por Reinaldo Taladrid y una especialista invitada, versaron sobre los peligros de la comida chatarra.
Las inquietudes de que las pastas, el pollo, las hamburguesas, las pizzas y los refrescos puedan contener niveles sustanciales de azúcares refinados, grasas saturadas, sal y aditivos y que nos sean “alimentos sanos”, tiene a los cubanos sin cuidado. O comen eso, o nada.
Un grupo de jóvenes que hacían la cola para entrar al cine Yara, consumían perros calientes acompañados con refrescos gaseados. Entre risas y referencias al programa, decían que “los cubanos comemos por debajo del nivel de chatarra”.
“Cuánto dieran muchos por tener un pollo chatarra con papas fritas en el almuerzo”, dijo una joven. “O una hamburguesa con todos los ingredientes como las del programa”, expresó otra.
Una señora cuarentona que los escuchaba, con más ironía que rencor, expresó: “El único pasaje desconocido para los cubanos es viajar a una cola de langosta o a un simple filete de pescado”.
La distancia entre comer algo y alimentarse no la han recorrido los cubanos de a pie, ni en más de medio siglo de esfuerzos digestivos.