LA HABANA, Cuba, julio (173.203.82.38) – La idea de crear una Asociación de Estados de América Latina y el Caribe ha ganado respaldo en los últimos tiempos. De hecho, los días 5 y 6 de julio pasados se la pensaba constituir en Venezuela, durante una reunión cumbre que fue suspendida debido a la grave enfermedad del Presidente de ese país.
Tras el regreso de Hugo Chávez a Caracas, esa suspensión pareció innecesaria: si el caudillo pudo dirigirse a sus partidarios desde el llamado balcón del pueblo, y si pronunció una alocución en el Bicentenario de la Independencia, seguramente habría podido también asistir a los actos fundamentales de la reunión subcontinental; la inauguración y la firma de los documentos correspondientes.
Pero los caminos del narcisismo-leninismo son insondables. De haber participado con sus actuales limitaciones, el señor Chávez no habría podido mangonear el evento ni manipularlo mediáticamente a su gusto, algo que parece constituir la razón de existir de ese polémico e iracundo personaje.
Por lo visto, el ex aspirante a gorila piensa que, tras sufrir la quimioterapia anunciada por órganos de prensa independientes (los oficialistas ni mencionan ese tema), él podrá mostrarse más activo en la reunión de jefes de estado y gobierno de Nuestra América.
En el ínterin, el teniente coronel, cuyo sentido de lo grotesco está bastante embotado tras lustros oyendo loas de sus paniaguados, ha bautizado ya el proceso de su hipotética recuperación con un oxímoron extravagante: Misión Reposo.
Es evidente que el nuevo proyecto está enfilado contra la centenaria Organización de Estados Americanos (OEA). De hecho, todos los miembros de la proyectada nueva entidad forman parte de la antigua, salvo dos: Canadá y Estados Unidos; este último, objeto del permanente odio de los “socialistas del siglo XXI”.
En el caso de Cuba, se impone una precisión: la república-archipiélago sigue siendo miembro de la OEA, pero su actual gobierno está suspendido y no participa en las reuniones desde los años sesenta, debido a su sistema político antidemocrático.
Por aquellas fechas, Fidel Castro calificó a la organización inter-americana como “Ministerio de Colonias Yanqui”. Suponiendo que entonces haya habido algo de verdad en esas palabras, es evidente que ellas no conservan validez alguna hoy, cuando incluso, según lo que afirman los mismos castristas, América Latina se ha hecho libre.
Pese a ello, cuando meses atrás la Asamblea General de la OEA, tras insistentes gestiones del chavismo y sus aliados, aceptó el retorno a sus filas del gobierno castrista, fue este último quien eludió regresar.
En la actualidad, los países miembros, pese a ensayos autoritarios como el de Venezuela, son esencialmente democráticos. Por ello, los jefes cubanos tuvieron que preguntarse: ¿Vale la pena tornar a la OEA si ello implica asumir compromisos que repugnan a nuestro sistema, como los recogidos en la Carta Democrática Inter-Americana?
Aunque en estos tiempos de crisis no parece racional gastar cuantiosos recursos en crear una burocracia internacional paralela, no tengo objeciones de principio que hacerle a la creación del nuevo consorcio, pospuesta momentáneamente por las ansias protagónicas de Chávez.
Supongo que los Castro duden qué hacer ante esa iniciativa. Por una parte, ellos no están interesados en asumir compromisos democráticos de clase alguna; por la otra, les resultaría harto incómodo mantenerse al margen de una entidad que cumpliría el requisito fundamental planteado en su momento por ellos mismos: la ausencia de Estados Unidos.
¿Qué pensarán al respecto los países del continente ajenos al “socialismo del siglo XXI”? ¿Se prestarán a participar en una nueva versión de las cumbres iberoamericanas, donde, para no inquietar a un régimen totalitario, represivo e impresentable como el cubano, el tema de la democracia es obviado o tocado de modo vergonzante?
Esto sería una obscenidad, pero no debemos excluir por completo esa variante. La opinión pública latinoamericana, caribeña y mundial debe mantenerse expectante.