LA HABANA, Cuba, abril, 173.203.82.38 -Hace un año que despedí a mi vecino René Lugo Armenteros en el portal de su casa, maleta en mano para marchar a Estados Unidos. Me confesó al oído que se quedaría definitivamente en Tampa, donde viven su hija y su nieto. Me alegré por él, porque viviría tranquilo, bien cuidado y alimentándose como Dios manda.
Pero hace unos días me dijeron que René había regresado a Santa Fe, que de nuevo estaba en su casita de la loma, en la calle 308, con sus chivas y chivos para el sustento, las que había dejado al cuidado de su hermano, y que no regresaría más a Tampa, una bella ciudad situada en la costa oeste de la Florida.
Hoy pasó por mi casa, en su vieja bicicleta rusa y se bajó a contarme.
René no cabía en Tampa. Así me dijo con los ojos húmedos por el llanto y una expresión patética en el rostro.
“Aquello es para la gente joven. Si llego a imaginarme que me iba a sentir preso en la casa de mi hija, no hubiera ido. Ni siquiera me acostumbré a la “sazón completa” que se usa allí para condimentar la comida. Empecé por extrañar el ají cachucha para los frijoles negros, el amanecer con mis chivas llamándome para el ordeño, mi casita en lo alto de la loma desde donde casi veo a Santa Fe completa y sobre todo mi cama.
“Fue una experiencia interesante. El gobierno de Estados Unidos me trató como un rey: una buena mesada en efectivo, además de un subsidio mensual que me acreditaban a una tarjeta para adquirir mis alimentos y un seguro médico. Pero aun así, la nostalgia era tanta, que apenas podía dormir, pensando que mis chivas se me morían, porque no tenían a su amo.
“En dos o tres ocasiones me sentí tan angustiado, que caminaba el día entero por todo Tampa, casi hasta el anochecer, queriendo poner en orden mis pensamientos, mis estados de ánimo. Pero nada. Tenía a lo mío en la sangre y lo mío era mi casa, mis pertenencias, mis animales, la familia que se había quedado atrás, mis amigos, mis vecinos. Sin embargo, pensé que en algún momento terminaría por adaptarme a mi nueva vida, porque yo no era un bicho raro, ni un loco, ni un retrasado mental, ni un tipo fuera de serie, sino una persona normal.
“Un día empecé a sentirme peor. Fue cuando conocí a dos viejos cubanos que, a pesar de que llevaban viviendo en Estados Unidos más de veinte años, me confesaron que ni un solo día habían dejado de sentir nostalgia por su terruño. “Comprendí entonces que conmigo podía ocurrir lo mismo. Me miré en ese espejo y dije para mis adentros: ¡Solavaya!, me voy pa’l carajo.
“Ahora, ya en Cuba, algunos vecinos han comentado que estoy loco, que soy un tonto por no haberme quedado en la Yuma, que soy un bicho raro, un tipo fuera de serie. Hasta un retrasado mental han dicho que soy.
“No me interesa lo que digan. Lo importante es que ahora, en Cuba, estoy en mi ambiente, en lo mío, y soy más feliz que una lombriz”.