LA HABANA, Cuba, junio, www.cubanet.org -El Consejo de Ministros de Cuba ha vuelto a descubrir el agua tibia. Según el informe que elaboraron sus integrantes, las medidas implementadas desde 2008 para incentivar la producción agrícola, no han dado los frutos que se esperaban. La situación va de mal a peor. ¿Acaso es una novedad enterarse del fracaso de lo que se presentó como un eficiente remedio?
A un lustro de la puesta en práctica del paquete de medidas, se reafirma un estancamiento del cual sólo podrían salir con una apertura integral y profunda, y no a través de los tradicionales regodeos retóricos.
Lamentablemente, las conclusiones no apuntan al éxito, sino hacia otro nivel de desengaños. Y ello se debe a que un avance real exige ciertas modificaciones estructurales que la élite del poder no está dispuesta a aplicar, por temor a repercusiones políticas que serían adversas para sus planes.
Un salto económico considerable representa una disminución en su capacidad para controlar a la sociedad, de acuerdo con los términos establecidos por el partido comunista. Este escenario es el que están evitando a toda costa. Y tal evitación confirma el orden de las prioridades que establecen para cubrir lo que se supone que sea su última etapa al frente de los destinos del país.
La mentalidad del ordeno y mando sigue entonces prevaleciendo, más de allá de los intentos por llevar adelante un proceso aperturista parcial e inconexo, que solo busca colocar parches donde son necesarias reformas sin medias tintas.
Lo que proyecta el Consejo de Ministros para superar la deficiente producción agrícola, chocará con las mismas barreras de siempre: los burócratas y la endeble institucionalidad de los cambios.
Sin una renovación de la mentalidad como preámbulo para desafíos mayores, es imposible que marche por buen camino cualquier iniciativa de desarrollo, independientemente de su localización en el entramado económico nacional.
Para que se tenga en cuenta el impacto del bajo rendimiento en la producción agrícola, basta saber que este año el gobierno tendrá que desembolsar 1 900 millones de dólares en la importación de alimentos. Una erogación superior, en 300 millones, a la de 2012.
La falta de incentivos y del sentido de pertenencia entre los trabajadores, así como la codificación de las absurdas normas burocráticas, conspiran contra las esperanzas de ver las tarimas bien surtidas, con productos nacionales, a precios asequibles.
El desabastecimiento y la inflación continuarán vigentes al margen de las tentativas por convencer al pueblo de que ahora sí estamos a las puertas de las soluciones.
Con meses de antelación, es posible imaginar los pormenores de los informes elaborados al más alto nivel. Otra vez será desgranado el rosario de errores, junto a las consabidas promesas de rectificación. Y para cerrar con broche de oro, las habituales monsergas patrioteras. ¿Qué más esperar del Consejo de Ministros?