LA HABANA, Cuba, enero, 173.203.82.38 -Ayer recordé una anécdota que escuché en la antigua Unión Soviética en los años sesenta del pasado siglo, durante mi época de estudiante universitario allá: En una reunión internacional se encontraron un par de ingenieros de los dos países que por aquellos tiempos eran considerados superpotencias.
El ruso le expresó al norteamericano: “Gano cuatrocientos rublos al mes. Mi esposa también trabaja y percibe un buen salario; nuestros niños están en un kindergarten. Tenemos un apartamento de dos cuartos. En vacaciones visitamos la costa del Mar Negro. Estamos ahorrando y pronto podremos comprarnos un auto Lada”. Y concluía el ciudadano soviético: “No me puedo quejar”.
El estadounidense contestó: “Cobro cinco mil dólares mensuales, de modo que mi mujer dejó su empleo para atender a nuestros hijos. Vivimos en una casa propia de dos plantas. Todos los veranos viajamos al extranjero. Tengo un Cadillac; y mi esposa, un Buick. Pero lo mejor de todo es que nosotros sí podemos quejarnos cuanto queramos”.
Este viejo chiste acudió a mi memoria al leer un mensaje enviado por un amigo latinoamericano de aquellos lejanos tiempos universitarios, en el que me cuenta de su vida en Finlandia y me informa de algunas características del régimen económico-social de ese país nórdico.
Escribe mi socio: “Todos los padres reciben del Estado una ayuda de 160 euros mensuales por cada hijo, hasta la edad de 16 años. Las madres tienen derecho a percibir el 90% de su salario durante los seis meses siguientes al parto. La educación es obligatoria y gratuita; los estudiantes tampoco pagan por sus libros, el almuerzo que reciben en la escuela, ni el chequeo de salud que les hacen cada año”.
Y continúa: “También para los adultos la atención médica es gratuita, lo cual incluye todas las intervenciones quirúrgicas. Los ingresados en hospitales abonan apenas 20 euros diarios por los excelentes cuidado y alimentación que allí disfrutan”.
“Los desempleados perciben 500 euros al mes durante un año y medio; si después de ese plazo continuaran sin trabajo, seguirían recibiendo ayuda, pero de otra institución que se dedica a auxiliar a las familias más pobres”.
“Los dipsómanos y otros individuos que simplemente no desean trabajar tienen la posibilidad de alimentarse y dormir en unos centros parecidos a hoteles. Sólo les cierran la entrada a los que llegan borrachos. Todos tienen derecho a una pensión, cuya cuantía depende de los años laborados, en su caso. Quienes nunca han trabajado —como las amas de casa— reciben 500 euros mensuales.
La enumeración de beneficios sociales de todo tipo podría hacerse más extensa, pero no creo que sea necesario abrumar al lector con los datos referentes a los distintos tipos de ayuda de los cuales disfrutan los residentes en ese país nórdico.
Yo sólo me animaría a hacer un comentario oportuno y necesario: Todos esos generosos socorros se reciben sin que los beneficiados estén obligados a entonar loas al mandón de turno, a sus doctrinas o al partido gobernante, como por desgracia suele suceder en nuestros países del “socialismo de los siglos XX y XXI”.
Al igual que el ingeniero norteamericano del cuento, los fineses, mientras disfrutan de todos los beneficios relatados y de muchos otros más, pueden hacer oposición, declararse muy perjudicados por el gobierno y protestar cuanto quieran. Confieso que la “revolución finlandesa”, sin movilizaciones, estridencias, máximo líder, discursos interminables ni partido unido me atrae, a diferencia de las de —digamos— Cuba o Venezuela.
Retornando a la época en que estudiábamos en Moscú, recuerdo que las autoridades bolcheviques prometían gran bienestar futuro a sus súbditos. Por aquellas fechas se martillaba a diario una consigna del Partido Comunista, la que años más tarde, todavía en tiempos de la URSS, pasó a un discreto olvido: “La actual generación de soviéticos vivirá en el comunismo”.
En ese ambiente surrealista, otro colega latinoamericano, al regresar de uno de los viajes que realizaba a la misma Finlandia durante las vacaciones de verano para trabajar y conseguir alguna moneda fuerte, me hizo un comentario sarcástico: “El día que los soviéticos alcancen el nivel de vida de los finlandeses, van a decir que ya llegaron al comunismo”.