LA HABANA, Cuba, marzo, 173.203.82.38 -Salió como la mayoría de los aficionados al béisbol pronosticaban: Cuba no rebasaría la primera o segunda ronda del III Clásico Mundial de Béisbol. Otra vez, la presión del juego y los errores, reforzados con la inadecuada manera de dirigir de Víctor Mesa, incluidas gesticulaciones e improperios contra sus jugadores, sentaron las bases para perder frente a Holanda, equipo que le quita el sueño a Cuba desde las olimpiadas de Sidney 2000.
Sin dudas, la alta dirección de la Federación Cubana de Béisbol no encuentra acotejo en un escenario donde el profesionalismo y las oportunidades hacen zozobrar al amateurismo. Este organismo rector del béisbol, en todas sus categorías, ha considerado el nivel actual de Cuba entre el quinto y octavo lugar a nivel mundial.
Hace un decenio que se viene manejando renovar nuestro béisbol, este año con una nueva estructura en la Serie Nacional, la creación de la escuela de managers en el Instituto Manuel Fajardo y las transmisiones de las Grandes Ligas y la Serie del Caribe por la Televisión Cubana. Pero queda fuera de la ecuación el más importante de todos los incentivos: que los peloteros reciban los honorarios que merecen.
Esto es sin dudas lo que mueve a la consagración en cualquier deporte. No tiene caso mantener el discurso que puso fin a la Liga Cubana profesional en 1961, mucho menos creerse potencia en el béisbol por ganar 18 campeonatos mundiales contra imberbes amateurs y universitarios de Asia y América.
“Remontar la cuesta”, “cambiar la mentalidad” y hasta “una filosofía distinta”, son frases que no dejan de repetirse en la prensa oficial, cómplice de esa gran presión que ejercen los comisarios deportivos sobre jugadores y técnicos.
Se especula mucho de que es hora de lanzar a los peloteros cubanos hacia el profesionalismo, pero todo queda como dice un refrán popular, “con ganas de aquello y sin esperanzas de lo otro”. La aberración de los dinosaurios de la política y su sospechosa fobia hacia el “mercantilismo” y las deserciones, es lo que mantiene a nuestros jugadores en una contracción perenne sobre el terreno.
Hace apenas cuatro años, en el II Clásico Mundial de Béisbol 2009, cuando el líder de la revolución Fidel Castro aún podía montar desde La Habana su puesto de mando para dirigir al equipo cubano, éste dijo en una de sus reflexiones, titulada La importancia moral del Clásico: “El equipo de Japón nos ganó el día 15 porque sin duda cometimos errores de dirección en aquel punto, a miles de kilómetros, donde es casi imposible para Cuba influir en la dirección de su equipo.”
En menos de 72 horas, Cuba era dominada en dos partidos por el pitcheo de Japón, equipo que se llevó el cetro frente a los antillanos en la final del I Clásico, en 2006. Perdió en la hora clave, a pesar de haber liderado la primera ronda en el estadio Foro Sol de la capital azteca, donde dispuso del equipo mexicano, dieciséis carreras por cuatro.
En encuentros anteriores, Cuba se había anotado victorias ante Sudáfrica y Australia, estos dos últimos considerados los equipos más débiles del torneo.
Hasta entonces, nuestro equipo nacional de béisbol había perdido quince partidos oficiales desde los Juegos Olímpicos de Sidney 2000. Incluso, desde el preolímpico de las Américas, en 2006, los peloteros de Fidel Castro llegaron en nueve ocasiones a la patria con la coraza pero sin el escudo (el primer lugar), perdieron incluso tres mundiales de béisbol consecutivos (2007, 2009 y 2011).
Historia similar se repitió recientemente, cuando el equipo de Holanda logró el pase a la semifinal del III Clásico, precisamente ganándole dos veces a un equipo cubano desconcentrado por las pasiones de su manager Víctor Mesa, y las complejidades de los endiosados hijos de papá, como es el caso del tercera base Yuliesky Gourriel.
Se acabaron los mangos bajitos. Las justas amateurs, dígase Copa Intercontinental o Campeonato Mundial, desaparecieron de la escena internacional.
Cuba tiene calidad para regresar a la élite del béisbol. Vale recordar que entre 1939 y 1960, antes que llegara Fidel Castro al poder, la selección nacional logró siete coronas mundiales, un segundo lugar y dos terceros.
Regresar al profesionalismo es la filosofía que encaja. Entonces ya no hará falta imitar a los japoneses o dirigir equipos Cuba a kilómetros de distancia.