LA HABANA, Cuba, julio, 173.203.82.38 -Dónde estará metido aquel salvaje que en lo más oscuro de una noche oscura, en medio del mar, entre olas que superaban la altura de cualquier ser humano, arremetió con la proa de acero de su buque moderno contra el Remolcador Trece de Marzo, un viejo cascarón de madera con las bodegas repletas de carga frágil, con toda la fragilidad de la inocencia: niños, mujeres, hombres indefensos.
No obstante su cerebro de energúmeno y su fría inconsciencia de fanático robotizado por la dictadura, uno se pregunta cómo se las arreglará para dormir por las noches. Donde quiera que esté metido, ¿cómo habrá podido vivir durante todos estos años, disfrutando a sus anchas la impunidad del genocida, sin contemplar con vergüenza y con miedo la imagen que le devuelve el espejo?.
No es la más sustancial entre las incógnitas que este crimen atroz nos dejó sin respuestas, tal vez para siempre. Otras preguntas hay, muchas y más apremiantes. Pero ya que tan poco pudimos obtener del favor de las organizaciones que dicen velar por la justicia y los derechos humanos en el mundo, o de la piedad de los pontífices religiosos; y ya que la razón continúa extendiendo su largo sueño en Cuba, narcotizada por el dominio de la irracionalidad, debiera quedarnos al menos un resquicio para conocer lo simple anecdótico.
Alguna vez, antes de convertirse en un psicópata con licencia para masacrar inocentes, aquel capitán de barco habría sido un hombre como otro cualquiera, un humilde guajiro –según cuentan- que marchó a La Habana en busca de mejoras para su vida y al parecer dispuesto a pagarlas vendiendo su alma como se empeña una prenda con el garrotero. Hay en todo hombre, a toda hora, dos postulaciones -sentenció un sabio-: una hacia Dios y otra hacia Satán. Lo que nos quedaría por saber entonces es si luego de haberse convertido en criminal de mujeres, con sus bebés lactantes incluidos, este sicario habrá experimentado alguna vez la meramente genérica postulación hacia Dios.
Es probable que no. Del mismo modo en que la tiranía controla aquí el pasado intentando controlar el futuro, y controla el presente para controlar el pasado, también ha conseguido amaestrar en muchos casos al monstruo que los hombres llevamos dentro. Hasta un punto tal de hacerle creer a más de un infeliz que apalear, reprimir, masacrar en su nombre, no es sino un deber revolucionario.
Se dice que el capitán de marras, quien materializó el mandato impartido desde arriba, ordenando embestir con dos barcos, desde dos flancos, la podrida madera del Trece de Marzo, al tiempo que arrojaban a sus pasajeros al mar, golpeándolos con cañones de agua, y se quedaban todos tan campantes viéndolos desaparecer en las oscuras profundidades, pues, se dice que este psicópata fue trasladado de inmediato al cargo de capitán de un pequeño puerto en el interior de la Isla. Y allí continúa quizá, en apacible retiro, hasta que el tiempo y un ganchito logren borrar su horrendo crimen en la memoria de la gente.
Sería estimulante pensar que eso no ocurrirá nunca. Que la masacre del Trece de Marzo, como otras tantas, sólo yace oculta dentro de nuestras cabezas, a la espera de las circunstancias apropiadas para el justo juicio. Pero no podemos estar tan seguros, desafortunadamente. Así que por lo pronto tal vez serviría de consuelo encontrarnos cara a cara con el criminal, y tener la oportunidad de decirle, mirándole a los ojos: A ver, bestia, por lo menos cuéntame cómo lo llevas.
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