LA HABANA, Cuba, abril (173.203.82.38) – Vive a unas puertas de mi casa. Se considera una muchacha fuera de serie porque a sus 18 años nunca ha mirado con interés a un extranjero. Dice que jamás será jinetera. En primer lugar, porque no lo necesita. Su madre y su padrastro se lo proporcionan todo. Y en segundo lugar, porque le gustan los chicos de su edad, y cubanos como ella.
Se llama Camila y se considera osada, libre y moderna. No teme tomar un ómnibus de noche, ni deja de disfrutar una semana de campismo, acompañada del novio y los amigos. Sabe cuidarse, darse a respetar.
Viste saya o pantalones por debajo del ombligo y se mira tantas veces al espejo como horas tiene el día. Sabe que es bonita y de buen cuerpo. Novios ha tenido, aunque con ninguno ha pensado casarse.
Está segura de que no le ocurrirá como a tantas muchachas que ella conoce, embarazadas demasiado temprano. Ni hijos ni esposo quiere, porque presume de juiciosa. Después que terminó el preuniversitario de puro milagro, no sabe qué hacer en casa. Como no alcanzó a matricular una carrera universitaria, ingresó en un curso para policía, donde sólo estuvo una semana. “Me aburro mucho” –dice. Y le aclaro que a su edad, hay tiempo hasta para eso.
Eso sí, quiere encontrar un empleo que le guste y le proporcione divisas para no pedirlo todo a mamá. Y espera. Pero, ¿qué?. Ni ella lo sabe. Le aconsejo que lea y no le gusta; de pronto se interesa por el libro que tengo entre las manos. “¿De qué trata?” “Una biografía de José Stalin” -le respondo. Pone cara de cómica. “¿Y ese quién es? Ah, sí –rectifica-, aparece cuando estudiamos a Lenin.
Camila es una muchacha común y corriente. Le gustan el reggaetón y el hip hop. Y nunca ve el noticiero de la televisión porque –dice- la pone triste.