LA HABANA, Cuba, octubre, 173.203.82.38 -Reconozco no ser un admirador incondicional de los premios Nobel. Como se trata de la más antigua de las iniciativas de ese tipo, parece natural que esos reconocimientos sean los que gozan de mayor prestigio en todo el mundo. Y esto pese a que otros galardones más recientes —como el Sájarov, que otorga en el campo de los derechos humanos el Parlamento Europeo— provienen de instituciones muchísimo más representativas.
La mayor parte de las veces, las selecciones me parece acertadas. Pero en ocasiones parecen tan infundadas que surgen cuestionamientos y serias dudas. Por ejemplo, en el campo de la literatura, no son raros los premiados cuyos nombres provocan estupor. No obstante, las mayores inconformidades suelen provenir de los aparentes olvidos.
Baste decir que, entre los autores mayores que no recibieron el Nobel se cuentan León Tolstoi y Marcel Proust. También llaman la atención las demoras que parecen arbitrarias e injustificadas, como la padecida por el peruano Mario Vargas Llosa. Al parecer, es una cuestión de colores, pues los académicos suecos suelen mostrar gran predilección por todos los matices del rojo y el rosado.
Similar observación cabe hacerle a la comisión del Parlamento Noruego que es la encargada de otorgar el Premio de la Paz. Aquí destacan personajes incapaces de reconocer cualquier violación de los derechos humanos perpetrada en un país izquierdista, como los latinoamericanos Adolfo Pérez Esquivel y Rigoberta Menchú.
Esta última, que es india, recibió el concedido en 1992, al cumplirse medio milenio del arribo definitivo de los europeos al Hemisferio Occidental. Su mérito fundamental era una espuria autobiografía que, según se descubrió después, es una verdadera sarta de mentiras. Pero como reza el melancólico refrán: Así se escribe la Historia.
Fue justamente el Storting de Oslo el que perpetró la que con seguridad es la más flagrante injusticia relacionada con los Nobel. Entre quienes jamás recibieron el de la Paz se cuenta Mahatma Gandhi, que condujo a la independencia al subcontinente indio, proeza que, para mayor escarnio de los congresistas noruegos, logró de manera absolutamente pacífica.
Termino expresando que, como cubano, considero que varios compatriotas míos han sufrido también injusticias. Uno es Alejo Carpentier, de cuyas ideas políticas discrepo, pero cuya obra literaria merecía ese galardón. El otro gran excluido fue el sabio Carlos Juan Finlay, quien al descubrir el agente transmisor de la fiebre amarilla, abrió un nuevo capítulo de la medicina: el de los vectores, organismos vivos que no padecen una enfermedad, pero la transmiten.
Todas las anteriores consideraciones están motivadas por el Premio Nobel de la Paz concedido este año a la Unión Europea (UE), galardón que el diario Granma calificó de “sorprendente”, y al que el programa Mesa Redonda de la Televisión Cubana dedicó una edición completa.
Como era de esperar, la tónica general del programa, incluyendo las entrevistas telefónicas a Carlos Frabetti y Atilio Borón, fue de condena al otorgamiento. El doctor Ernesto Domínguez López, aunque siguió la línea general de crítica y censura (no era razonable pensar en otra cosa), se mostró comedido y técnico en sus expresiones.
Los panelistas cubanos no sólo adoctrinaron al público (algo normal), sino que también lo desinformaron de modo grave al aseverar que no se tenían noticias de ocasiones anteriores en que el galardón se le haya otorgado a una institución. Esto demuestra el poco respeto que sienten por la verdad y por el trabajo que realizan.
Si se hubiesen hecho una breve búsqueda en Wikipedia, sabrían que precisamente el Premio Nobel de la Paz se ha otorgado a distintas organizaciones ¡la friolera de más de veinte veces! La primera de ellas al Instituto de Derecho Internacional en 1904; la más reciente, al Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático, en 2007.
Las objeciones de la Mesa Redonda se centraban en la pertenencia de muchos países europeos no sólo a la UE, sino también a la OTAN. Aquí cabría citar un refrán intraducible: No son todos los que están ni están todos los que son. Ni los miembros de la Unión pertenecen siempre a la alianza atlántica, ni todos los integrantes de ésta figuran en la UE.
Se trata de dos cosas bien diferentes. Y precisamente la Unión Europea ha servido en el Viejo Continente —foco de innumerables conflictos, incluyendo ambas guerras mundiales— como otro factor importante para conciliar las diferencias entre los países que la integran. Por eso creo que el premio es merecidísimo.
Mucho podemos aprender de los europeos los pueblos de otros continentes. En 1945, al terminar la última gran conflagración, fueron justamente Francia y Alemania —enemigas de siglos— las que sentaron las bases del entendimiento común, que se fundamentó en el reconocimiento de las fronteras establecidas.
Buena lección, que resultaría harto provechosa —digamos— a los argentinos y los bolivianos de hoy, que al cabo de más de un siglo siguen planteando, para hacerse con las Islas Malvinas y obtener una salida al mar, reivindicaciones territoriales que constituyen una invitación a la exacerbación de los conflictos internacionales.