LA HABANA, Cuba, julio, www.cubanet.org -El general Raúl Castro dijo que la alimentación era un problema de seguridad nacional. Bien pudiera añadir que los precios también, porque igual que la corrupción, los precios pudieran poner fin a la revolución cubana.
“Es que están corroyendo el entusiasmo revolucionario”, dice un teniente coronel retirado de Tropas Especiales, todo el día luchando la supervivencia por la calle. Ayer, en el agromercado, luego de comprar plátanos, malanga y rábanos para su dieta, comprobó que sus bolsillos quedaron esquilmados. “Todo un mes de retiro para esto”, dijo en voz alta.
La cabeza de ajo, que hasta hace poco costaba dos pesos, en las carretillas hoy está a cinco pesos. Guizazo, el carretillero, sin siquiera moverse de la caja donde está sentado dice: “Lo tomas o lo deja”. Añade Guizazo que “en Cuba no hay cuentapropistas, sino revendedores, porque hay que comprárselo todo al estado, caro, para revenderlo a la gente a un precio más alto. Los campesinos llegan a nosotros con los precios a tope, porque ya el estado los exprimió en la cosecha”.
Dice que “él es solidario con las personas desvalidas y los ancianos y a veces le regala una cebolla, o un tomate”, de los que están en mal estado que igual los exhibe en el mostrador. “Y no hablemos de los precios en las tiendas de divisa, que es cosa de risa. O de llanto. Vamos a centrarnos en el cubano común, que es la mayoría, que tiene que comprarle la merienda diaria a los niños para la escuela y lo más barato es un pan con croqueta y un vaso de refresco instantáneo, una combinación de cinco pesos que es la media a que pueden aspirar con sus salarios”.
Una anciana que quería hacer un potaje de frijoles traía un cuc. Compró una libra de colorados y una de ají y el cuc desapareció. Preguntó en voz alta: “¿A qué rayos va a saber esto?, por los precios, al parecer, se ha perdido la solidaridad entre los cubanos. La antigua familiaridad entre vecinos.
“Pero no están en Cuba todos así”, dijo la viejita. “Si los jerarcas tuvieran que bajarse de los autos y meterse en una cola de ampanga y gastarse el salario del mes en una batalla, de antemano perdida, ahí mismo se acaba la revolución”.
En el kiosco de la carne de puerco, un individuo que apodan Cosa Gorda compró un pedazo que era puro hueso, la mayor parte era grasa y de carne solo un filamento. “¿Trescientos pesos?”, preguntó estupefacto.
“Trescientos pesos antes era una fortuna”, dijo Cosa Gorda. “Yo vi matar por esa suma, en Guantánamo, en un juego de dados . Y ahora trescientos pesos es esto”, levantó el hueso grasoso.
En el kiosco de la carne de puerco se vende como cuentapropista, pero en realidad es el estado quien la financia. Ambos dependientes se han comprado autos, porque allí se roba a lo descarado.
“Tres veces te matan”, dice Cosa Gorda, “en la pesa, en el precio y en el cambio. Nunca tienen vuelto. Te lo completan con un pedazo de seso, o de hocico, vendido como carne. Son unas lámparas estos tipos”.