LA HABANA, Cuba, agosto, www.cubanet.org -El pasado 8 de agosto se conmemoró el 7mo. aniversario de la muerte de Gustavo Arcos Bernes. Y casi nadie lo recordó. Hasta donde conozco, y me demoré en escribir este texto para rastrear alguna escritura fresca sobre su memoria, solo los animadores del proyecto de Bibliotecas Cívicas, liderado por Omaida Padrón Azcuy, tuvo a bien recordar que el movimiento de derechos humanos en Cuba tiene fundadores. ¿Uno de ellos? Gustavo Arcos Bernes.
De pequeño formato, la recordación se hizo del mejor modo: vinculando a Arcos Bernes con la cultura y el civismo, que es otra manera de ser culto. Ese día, en la casa de la calle Soledad #361, entre Neptuno y San Miguel, se rebautizó una biblioteca independiente con el nombre de este destacado luchador contra dos de las tres dictaduras que hemos padecido en nuestra historia republicana.
Y se habló bien, como corresponde, de un hombre discreto, lúcido y decente. Su inscripción como uno de los asaltantes del cuartel Guillermón Moncada en Santiago de Cuba; su adscripción católica, esencial en su caso para disociar la realidad y posibilidad de los valores de un modelo político específico; su honor personal, que le llevó a respetar, a pesar de su desacuerdo ético y de sentido común, su compromiso con un disparate táctico como el asalto de Santiago, y su vocación republicana, que nos permite catalogarlo como uno de los pocos de aquella generación revolucionaria suscrito a una propuesta política labrada en el civismo, no a un proyecto encarnado en la persona, marcan la diferencia de alguien que resultó un puente interesante entre dos tipos de lucha ―la violenta y la pacífica― contra una misma esencia liberticida.
Visto desde estos ángulos es que me parecía importante una recordación de su imagen en un espacio colectivamente, simultáneamente, compartido por todo el movimiento cívico dentro y fuera de Cuba. No ocurrió.
Desde mi perspectiva habría dos motivos más para hablar de Gustavo Arcos. ¿El primero de ellos?: su decencia. La vía doble que va de la política a la decencia y de la decencia a la política la desandaba con evidente soltura Gustavo Arcos Bernes. Todo el que le conoció puede testimoniar que el todo-vale, ese principio disolvente de la política como ética y estética al mismo tiempo, no era un regulador de su conducta social dentro del mundo de los derechos humanos y de la disidencia. Esa asociación entre los límites de la conducta y la participación en la vida pública se encuentra raramente en política y es bastante difícil de sostener entre quienes luchan contra dictaduras feroces y prolongadas. Como las luchas contra la brutalidad organizada en forma de Estado son de supervivencia, a veces es de vida o muerte saltarse las reglas del juego y no respetar ni los modales ni los límites entre seres humanos. Pero nuestro hombre era un tipo fino ante la vulgaridad de sus verdugos.
Hasta donde le vi, Arcos Bernes era un exponente de la vieja escuela de hombres bien educados desde la infancia para la vida pública. Y una reflexión en torno a esos valores debería siempre aprovechar todas las oportunidades que brinda la simbolización de nuestra propia historia cívica.
Un segundo motivo es mucho más intelectual y tiene que ver con la necesaria maduración cultural y psicológica de las luchas cívicas, sobre todo cuando son tan dilatadas como la cubana.
Cuando me inicié en el ámbito de la oposición y la lucha por los derechos humanos (1991), tenía yo 26 años. No había mucha gente joven en aquel entonces y la lucha cívica contaba solo con seis años, a contar desde 1986, fecha que reza como una de las iníciales del movimiento de derechos humanos. Quizá por eso había mejor sentido del pasado: del pasado a reeditar y del pasado como lección. Eso fue importante en dos puntos esenciales de toda lucha política: saber que hubo un antes, una tradición, un vínculo que marca nuestras circunstancias, y tomar nota, por otro lado, de que no se puede cortar la conexión psicológica entre generaciones vivas que deciden tomar el mismo camino.
Si conocer el pasado es básico, aunque sea para saber negativamente en qué debemos diferenciarnos de él, es mucho más fundamental considerarlo para calibrar bien hasta dónde lo que estamos haciendo es realmente novedoso. Esto último es de primer orden porque las luchas políticas, que también lo son cívicas y culturales, son acumulativas y solo llegan a refinarse, a evitar su repetición, a plantearse en términos más complejos, cuando no establecen cortes artificiales o rupturas arbitrarias. Si las revoluciones fracasan ―parafraseando a un personaje ilustre, a la larga todas las revoluciones están muertas―, ello puede explicarse por la recreación del pasado a la que se ven obligadas, independientemente de su pretensión de presentarse como inéditas. La base de ello está en que toda ruptura es violencia, y rara vez permite aprovechar lo creado, mientras que todo el crecimiento de la cultura y de la sociedad es el arrinconamiento sucesivo y acumulado de toda forma de violencia.
Por otra parte, está el factor humano y psicológico de esa acumulación necesaria en cualquier lucha política que quiera tener éxito. Si los de ayer, que también son los de hoy, son abandonados como aquellos viejos de las tribus del Pacífico Sur, que eran dejados a su suerte como cargas pesadas en el camino, se rompe el vínculo social entre grupos humanos comprometidos con un mismo propósito. Y al abandonarlos, nos abandonamos. Ya sabemos que romper la conexión simbólica y cultural con los muertos malogra la solidez de muchas sociedades, ¿qué lograremos si la rompemos con los vivos que nos anteceden?
Al no pensar en los muertos, estamos preguntándoles a los vivos que nos anteceden, ¿y quiénes son ustedes? Por eso es que hablar de Gustavo Arcos Bernes nos habría permitido darnos cuenta de estos y otros puntos fundamentales para el futuro.
La tendencia a desconocer voluntariamente lo que hicieron quienes nos precedieron, qué y cómo pensaron, cuáles fueron sus circunstancias y por qué hicieron o no hicieron lo que creemos debieron o no debieron hacer, no nos ha ayudado nunca a perfilar mejor nuestras propuestas. Y lo que es peor, ha hecho aparecer, como nuevo, mucho de lo que está empolvado con otras palabras. ¿Nos acordamos de los Principios Arcos? ¿Sabemos qué son? ¿Estamos en condiciones de enterarnos que en su esencia intentaban poner límites a la voracidad de los inversionistas extranjeros para mejor proteger a los trabajadores cubanos?
Las luchas cívicas y políticas maduran mientras más conocen y respetan su pasado. La continuidad es en sí misma un factor de triunfo. Mi tributo a Arcos Bernes no es solo ético, es también práctico. Recordar fortalece. Al menos nos evita pasar por tontos.