LA HABANA, Cuba, octubre, 173.203.82.38 -Es tal la manía anti-capitalista del periodista y ensayista Enrique Ubieta Gómez que en un capítulo de su libro “Cuba: ¿revolución o reforma” (ediciones Abril, 2012), como antes hizo en el periódico que dirige La Calle del Medio, se dedica a escudriñar la indumentaria de los que llama “los jóvenes blogueros contrarrevolucionarios” y a vincularla con ciertas tendencias mundiales del marketing de la trasgresión.
Parece que de tragarse los cuentos de batistianos -no sé de qué cementerios- que hace su colega Reinaldo Taladrid, Ubieta pensaba toparse en su paneo bizco por “la contrarrevolución real” con manengues de guayabera, chulos con zapatos de dos tonos y algún que otro tigre de Masferrer. De ahí su sorpresa al descubrir a blogueros cuyo look recuerda a los estudiantes parisinos de mayo del 68. Pero Ubieta echa de menos amargamente que no lleven a Che Guevara en sus camisetas y menos en sus corazones. Para consolarse, busca la imagen del guerrillero argentino en la camiseta de algún catatónico muchacho del Parque de G, que correría a cambiarla si le propusiesen otra de Marilyn Manson.
Ubieta, siempre preocupado por librar a los cubanos del consumismo y la frivolidad, cocina un arroz con mango y masas de claria en el que trueca los almanaques y las circunstancias de épocas separadas por más de cuatro décadas, muchas guerras de variada intensidad, crisis económicas, revoluciones tecnológicas y derrumbes de muros, mitos y paradigmas.
Parece que Ubieta se quedó con ganas de llevar melena y vivir la pachanga hippie en sus tiempos de niño bueno revolucionario. Pero de no haber sido disciplinadamente así, no hubiese llegado a la cima del enfrentamiento ideológico en la blogosfera a la contrarrevolución, y por ende, a sus viajecitos al exterior, donde confraterniza con intelectuales de izquierda, constata lo absurdo e insostenible del consumismo y le hace asquitos a la ropa de marca que ve en las vidrieras.
Inmerso como debía estar en los estudios y las tareas de la revolución, Ubieta no se debe haber enterado bien del tratamiento de enemigos que daban en Cuba las autoridades a los que teníamos el más mínimo parecido con los hippies allá por 1968 y más de una década después.
Aunque no lo diga, Ubieta debe entender cuánta razón tenían Los Jefes al sentir pánico por las canciones de los Beatles y los peligros del diversionismo ideológico! ¡Ay de los blandengues que se quejaron de los rigores de las UMAP! Por no apretar mucho más la mano, aquel polvo trajo este lodo, tan espeso como el que embarró a los gozosos hippies en el festival de Woodstock en el verano de 1969. ¿Quién para ahora la clonación de jóvenes irreverentes, hedonistas y anti-sistema (repare Ubieta en que no digo anti-gobierno o anti-castrista) que juegan a la disidencia y para colmo se dan el gusto de escribir sus propias bitácoras del desencanto y la rebeldía?
Vale el desconsuelo de Ubieta por los blogueros “que visten como los revolucionarios de los 60 pero piensan como los neoconservadores de los 90”, pero que no hable de frivolidad y estupidez sin darse antes una vuelta por algún guateque con reguetón y cerveza de pipa de los aseres de la UJC. ¿O de veras se cree el cuento de los jóvenes comunistas “serios y profundos”, impermeables al bisne y la pacotilla?
A propósito del marketing de la trasgresión, se refiere Ubieta en su libro al cartel de los jeans Diesel que ocupa toda una fachada en Berlín, cerca del reconstruido Checkpoint Charlie. En él, una rubita de sueños exhibe sus tetas gloriosas a la cámara de vigilancia de un muro. Todo un símbolo, diga lo que diga Ubieta. En La Habana, que se llena de cámaras policiales para vigilarnos a toda hora y lugar -ay, Orwell-, buena idea esa de abrirse la blusa o zafarse la portañuela y mostrarles al Gran Hermano y sus foto-esbirros lo que no nos han podido quitar. Y que sufran con lo que uno goza.