LA HABANA, Cuba, junio (173.203.82.38) – El ómnibus de las 2 y 40 PM de la ruta 426 que cubre los treinta kilómetros entre los pueblos Guanabo y Pedro Pi no salió, por rotura. Su frecuencia es cada una hora, a veces cada dos. Tampoco salió el turno de las cuatro. Miles de residentes en ese trayecto solo cuentan con ese ómnibus para moverse.
El de las 5 de la tarde salió. Iba repleto. Poco después de haber salido, el vehículo cancaneó y se detuvo apenas avanzó cincuenta metros.
-Señores, la guagua no puede subir la loma. Le patina el cloche, porque va muy cargada. Tienen que bajarse, los espero arriba –dijo el chofer a los viajeros.
Calor, hambre, sed, viajar apretujados, bultos en el piso, regreso de escolares y trabajadores, gente que vuelve de la playa, fueron los ingredientes para que se armara de San Quintín. No faltaron insultos al chofer.
-¿Cómo así que la guagua acaba de salir y está rota? Llevamos más de dos horas esperando.
Nadie se bajaba.
-¡O se bajan o la guagua se queda aquí!- dijo tajante el chofer.
La avenida 462, empinada loma, une la vía rápida Vía Blanca con el pueblo turístico Guanabo. El ómnibus cuesta arriba. Detrás, la muchedumbre de pasajeros a paso doble.
Un taxista detuvo su auto para preguntó qué persona tan importante había fallecido para que tanta gente fuera al entierro. Pensó que lo que iba delante era un carro fúnebre y los dolientes a pie, detrás.
Virgilio Piñera, padre del teatro cubano del absurdo no hubiera imaginado escena tan caricaturesca como esa, y precisamente en Guanabo, donde vivió.
Cuando los viajeros alcanzaron el ómnibus, uno preguntó:
-Chofer, ¿por qué les dan salida a las guaguas si tiene problemas mecánicos?
-Eso es fácil. Si la guagua está rota en el paradero no nos pagan. Si se rompe en el camino, como no es culpa del chofer nos pagan el día. Los mecánicos hacen remiendos para que las guaguas al menos puedan salir. Nunca hay seguridad de completar el itinerario. Estas guaguas las compraron en Brasil hace más de veinte años y llegaron sin piezas de repuesto. Con la candela diaria y el maltrato del público ¿qué más se les puede pedir?
Mujeres y hombres empujaban parejo, y el chofer hacía lo suyo, pero fue imposible mover el autobús. El motor lanzó su último suspiro, y ahí quedó el armatoste varado. Los pasajeros iniciaron la marcha, a pie, hacia su destino.
El chofer se quedó junto a su guagua esperando la grúa que la devolviera al paradero. Quizás contento, porque, como había logrado que la guagua saliera del paradero, le pagarían el día.