LA HABANA, Cuba, junio (173.203.82.38) – El pasado lunes 13, junto a otras tres personas, viajé a la ciudad de Santa Clara para visitar a Guillermo Fariñas. En un principio la intención del viaje era verlo con vida por última vez, pues había comenzado su huelga de hambre número 24, y estábamos convencidos de que no iba a resistir otro ayuno prolongado.
Aunque dos días antes había suspendido la huelga a solicitud de varios ex presos de conciencia de la causa de marzo de 2003, de todas formas decidimos ir a ver cómo se encontraba el colega.
Aunque no soy partidario de esa forma de inmolación, tengo la impresión de que Fariñas está convencido de la fuerza del martirologio, y eso merece respeto, y en lo personal, siempre me place estrechar su mano o darle un abrazo.
Pero por esas extrañas coincidencias de la vida, en Miami vive otro Fariñas, Lázaro, que también es periodista. Este juega otro rol; se dedica a defender al régimen de La Habana y atacar a la comunidad donde vive. El hombre es como una especie de broma de mal gusto. Su último artículo, publicado en el órgano de la Unión de Jóvenes Comunistas, Juventud Rebelde, el pasado 21 de junio, se titula Los cubanos anticubanos.
Fariñas, “periodista cubano residente en Miami” (así es presentado por el diario), arremete contra lo que llama el “sector ultraderechista del autollamado exilio cubano”. Lo acusa de todo. Hasta de que “se alegran cuando cualquier fenómeno atmosférico destruye propiedades y viviendas en el territorio nacional”.
No creo que ningún cubano se alegre de semejante cosa. No obstante, si el Estado hubiera empleado parte de los recursos de la nación en construir para la población viviendas capaces de resistir meteoros, en vez de consumirlos en propaganda política, en la burocracia del Partido Comunista, en la represión y, antaño, en aventuras bélicas en África y en la subversión armada en América Latina, las casas en Cuba no fueran tan fácilmente destruidas o seriamente dañadas por los huracanes.
Este Fariñas no tiene ninguna intención de ser honesto. De lo contrario reconocería que la posición acerca de los Castro, de muchos cubanos que residen en Miami y en otras partes del mundo, no es otra cosa que la cosecha de la siembra que realizó el grupo que llegó al poder en Cuba en enero de 1959.
Esa gente ha fusilado a miles, dividió las familias, les quitó las propiedades a todos los que poseían alguna, ha obligado a exiliarse a más de un millón de compatriotas, ha encarcelado a miles por sus ideas, se han declarado dueños, depositarios y garantes de la historia de Cuba. Y se han abrogado hasta el derecho de determinar quién puede ser cubano y quién no.
Implantaron una ideología extranjera, dañaron los basamentos espirituales de la nación y destruyeron la economía. Y al cabo de más de 52 años en el poder, aseguran que continúan ahí porque no tienen que los sustituya.
Con ese tipo de prontuario, ¿qué tiene de raro o censurable que cubanos de Miami, y también la mayoría de los que viven en la isla, deseen que, junto a sus aliados y a todo lo que representan, se los lleve el diablo de una vez y por todas?