LA HABANA, Cuba, febrero, 173.203.82.38 -En la Feria Internacional del libro de La Habana, efectuada en la fortaleza San Carlos de La cabaña en este mes de febrero, me encontré a una poetisa mexicana, desconocida para mí, que regalaba sus libros a un nutrido grupo de personas en el pabellón internacional.
Estaba acompañada de su madre y su hermana menor, y todos los ejemplares de su poemario titulado Simples cosas de la vida, que contaba con un encuadernado y un diseño exquisitos, editado por Latin Heritage Foundation, enseguida se agotaron.
Antes de marcharse de la Feria le hice algunas preguntas a la poetisa, buscando la explicación ante su inusual manera de promover su obra, por muy principiante que sea. Se llama Martha Solís, nació en 1993 en Coahuila, México, estudió en el Instituto Cumbres y Alpes, de su ciudad natal, además de cursar un año en Downing Middle School, en Dallas, Texas.
Su libro Simples cosas de la vida lo resume ella como: “un libro para toda ocasión, henchido de sucesos inesperados, llegadas, partidas, sonrisas, amigas y emociones, donde un día puede cambiarte la vida y los sueños no son sueños, sino anhelos. La esperanza de convertirlos en realidad se consigue de una sola forma: ¡Luchando!”
Le pregunté por qué, en lugar de regalarlos, no los había vendido, como hacían los demás escritores, y me contó su odisea en la Feria. Había llegado a Cuba llena de expectativas. Su padre había costeado el viaje, de ella, su madre y la hermana. Estaban hospedadas en el hotel Meliá Habana, donde le cobraban 290 cuc diarios. El precio de su libro era 15 dólares y en la Feria los organizadores del evento lo habían convenido a solo 3, y para colmo de males, no le habían aprobado un stand para vender.
En la misma entrada del pabellón internacional colocó las cajas de libros, que había traído desde el hotel en un taxi que le cobró una enormidad. Aunque los visitantes hojeaban el libro, que era muy bonito y les gustaba, decían que 3 dólares era un precio demasiado alto para los cubanos y no podían comprarlos.
–Sentí penas por ellos –me dijo –, y los regalé todos.
Me contó que estaba muy impresionada. Tal vez fue porque la Feria parecía más de gastronomía que de libros, y porque todo el mundo estaba comiendo como si tuviera mucha hambre y las colas en los kioscos de alimentos eran descomunales. También me contó sobre la estafa que fueron víctimas la noche anterior, cuando un cochero, guiando un quitrín antiguo tirado por caballos, perteneciente a la Oficina de Eusebio Leal, el Historiador de la Ciudad, por solo una vuelta a la manzana y llevarlos a comer arroz blanco, frijoles negros y un bistec de puerco, a un ¨restaurante¨ en un oscuro solar semi destruido, le cobraron 70 dólares.
Llevaban cinco días en La Habana y su padre ya había tenido que enviarles dinero desde México tres veces. A pesar de las tantas decepciones sufridas, la joven poetisa Martha Solís consideraba que la más grande de todas era, no haber sido invitada a la reunión de Fidel Castro con los intelectuales latinoamericanos.