LA HABANA, Cuba, abril, 173.203.82.38 -Por más que los medios de prensa recaben la colaboración ciudadana para cuidar el ornato público y adoptar modales civilizados, la inquietante situación no mejora. Quien haya vivido en La Habana en los últimos 20 años, podría corroborar con cientos de ejemplos, el paulatino declive en ambos aspectos.
La falta de educación sigue siendo alarmante, no tan solo debido a la cantidad de personas implicadas, incluidos no pocos profesionales; sino también por la profusión de gestos chabacanos, palabras pedestres y actitudes que son como puñetazos sin manos.
¿Quién que resida en la capital o la haya visitado ocasionalmente, no ha sentido esos golpes impunes que salen tras las columnas del Museo de Bellas Artes, transformadas en auténtico urinario público?
Parques y escaleras de edificios multifamiliares se han convertido en destinos favoritos del orine y el excremento de los ciudadanos. Tras el paso de los días, el olor de esas evacuaciones se vuelve infernal y difícil de esquivar. Es preferible caminar por la calle y soportar el castigador sol del mediodía tropical, que enfrentarse a esos gases lacrimógenos que invaden los portales de la ciudad.
Es cierto que hay escasez de baños públicos en la ciudad, pero eso no justifica un proceder que ya es parte de una cultura marginal donde vale todo, sin importar las afectaciones al medioambiente, ni el exhibicionismo que implica realizar esas indispensables evacuaciones en la vía pública.
No son solo mendigos y alcohólicos los que dejan esas “decoraciones” fecales que causan tanta molestia al transeúnte, sobre todo después del desprevenido pisotón.
A menudo los ciudadanos, fundamentalmente jóvenes, no esperan llegar al inodoro de su casa. Les parece normal, si van en grupo, turnarse en la vigilancia para hacer sus necesidades fisiológicas.
Hace unos días vi como una pareja de borrachos de la tercera edad, hombre y mujer, se las ingeniaba entre vahídos y lenguaje ininteligible, para orinar a pleno día en los portales de una tienda en la céntrica calle Galiano, de Centro Habana.
El espectáculo era dantesco. Finalmente, la mujer orinó apoyada en sus rodillas y las palmas de sus manos, ante la mirada y los gritos de rechazo de los transeúntes. Sus partes pudendas quedaron al aire libre mientras el hombre trataba de cubrirla, sin éxito, con movimientos torpes. El espectáculo terminó con los dos revolcados sobre el charco de orina y la demorada intervención de la policía.
Ni el barrio del Vedado, otrora un sitio limpio y ejemplo de urbanidad, se salva de este regreso colectivo al primitivismo. Es común ver como los dueños de perros los sacan a la calle para que desocupen sus vísceras, sin preocuparse por recoger los desechos.
El crecimiento en espiral de estas posturas irracionales e incivilizadas contradice. El empobrecimiento y vulgarización del vocabulario y la predisposición a zanjar los problemas interpersonales mediante la violencia física se suman para completar el lamentable espectáculo.
Les aseguro que no exagero, y pienso que nada de lo relatado es casual. Algo falló en la construcción del socialismo. Afortunadamente a La Habana aun le queda algo de civilidad dentro de un país que cada día se parece más a un zoológico.