LA HABANA, Cuba, abril (173.203.82.38) – Emigrar para La Habana en busca de mejores oportunidades no es algo nuevo. Pero en 1959, a medida que se agudizaban el desempleo y la escasez, el número de inmigrantes comenzó a crecer. El municipio Diez de Octubre es uno de los más densamente poblados de la capital. Sólo en el barrio de Lawton hay más de 24 mil habitantes. Sin embargo, a pesar del crecimiento poblacional, el incremento del número de viviendas ha sido ínfimo. Es por eso que para buscar espacios las familias se han visto precisadas a acudir a cuantos inventos se pueden imaginar.
Por supuesto, una vez improvisada la vivienda, las personas requieren de los servicios básicos, como agua corriente (o al menos potable), electricidad, instalaciones sanitarias, etc. No está de más decir, que cualquier gestión en este sentido resulta infructuosa en muchos casos, y en otros se demora bastante. Algunas personas se atreven a instalar estos servicios por su cuenta, y es así que, por ejemplo, rompen las aceras buscando conectarse al servicio de agua. Los apagones, por otra parte, obligan a muchos a salir a la acera en busca de ventilación.
Poco a poco, la gente ha comenzado a emplear la acera como extensión del reducido espacio que habitan. Es frecuente ver a grupo de personas sentados afuera de su casa, conversando, gritando, bebiendo ron, con la música muy alta.
-¡Pedro, saca la mesa y vamos a romper con el dominó! –se escucha.
Mesas, sillas, dominó o ajedrez ocupan la acera, impidiendo el paso de los transeúntes sin tener en cuenta las reglas de convivencia social. Hace poco, vi a un ciego tropezar con las rejas de un garaje, que, según la última moda, abren para afuera.
Otro día, una mujer salió a cocinar a la acera.
-¡No me interesa que me critiquen, pero tengo que escoger el arroz aquí porque allá adentro me ahogo del calor! Y cuando acabe saco la cocinita y cocino aquí mismo.
No es este el único problema del hacinamiento en la ciudad. Hace unos días inspector de vivienda llamo la atención a una señora que, en un pequeño espacio, acondicionó una sala, y para tener acceso a la calle construyó los escalones en la acera. La señora, indignada, protestó:
-¿Qué es lo que usted quiere, que yo no pueda sentarme a descansar? Si hago los escalones adentro, no me cabe ni un sillón.
Un amigo que vino hace tiempo de Camagüey, que vive agregado con sus suegros, comentó:
-El gobierno se ocupa de construir en otros países, pero para nosotros todo son trabas. Si nos dieran facilidades, no serían pocos los que construirían sus casas, porque a nadie le gusta vivir agregado y hacinado. ¿Quién no aspira, al menos, a procurarse un techo y vivir decorosamente?