LA HABANA, Cuba, marzo, 173.203.82.38 -Parafraseando al poeta, dramaturgo y crítico cubano Norge Espinosa, la historia del teatro cubano no solo es la de sus textos, sino también la de sus personas. A nuestro panorama literario acaba de asomarse la más reciente entrega de Ediciones Unión, Mito, verdad y retablo: El Guiñol de los hermanos Camejo y Pepe Carril, de los autores Rubén Darío Salazar y Norge Espinosa.
El Teatro Nacional de Guiñol(TNG), creado por Carucha Camejo, Pepe Camejo y Pepe del Carril, fue una empresa libertaria, un lugar obligado dentro del teatro cubano que lo hacia una empresa mayor. Ellos son los protagonistas del mito mayor del arte del retablo en Cuba.
Este libro revisita su particular historia, una parte de la memoria escénica de Cuba que, a quienes disfrutamos del teatro, nos exige observarla detenidamente. Es la historia, el origen, el ascenso y la caída de los Camejo y Carril, una historia que implica a muchas personas aún vivas en Cuba.
Ellos alegraron las vidas de varias generaciones de niños y adultos, son los creadores de personajes e ídolos del público infantil, como Kiki Televiqui, el señor Mascuello, la abuela Pirula, Bebita Turulata, Tontolina, Perendengue, Libélula, la mariposa Florinda y no podía faltar Pelusín del Monte, el guajirito rubio de intensos ojos verdes, creado literariamente por Dora Alonso y en la imagen por los Camejo.
Apenas la naciente revolución orientó su rumbo y se definió como un asunto de varones y no de plumas, de coraje y no de temblequera, como le gustaba decir al poeta Samuel Feijóo, cada propuesta del Teatro Nacional de Guiñol (TNG) se revisaba con celo. El universo de la cultura cubana de origen africano tuvo espacio bajo su techo. Son pioneros en haber incorporado historias como La Loma de Mambiala, Shangó de Ima y Chichereku, a partir de los Cuentos Negros de Cuba, de Lydia Cabrera. Incorporaron todos los elementos religiosos, místicos, artesanales de la estatuaria africana a muchas de sus propuestas, y esto no fue bien visto por los patrones del Consejo Nacional de Cultura.
Las hadas madrinas fueron representadas por orishas, por lo cual estos creadores no dejaron de ser acusados de promover la santería y la brujería. El TNG se resistió a incorporarse a un teatro de combate, su única trinchera podían ser los títeres. Nunca incorporaron a sus propuestas fábulas moralizantes, según indicaban los parámetros revolucionarios, ni asumieron la intención de adoctrinamiento político.
De inmediato, el Consejo Nacional de Cultura impuso un teatro de tendencia doctrinaria; hadas, gigantes, hechiceras, magos y príncipes serían sustituidos por obreros, campesinos, maestros, pioneros y guerrilleros. Las aventuras de Pelusín del Monte, que fue toda una fiesta de cubanía y alegría, eran censuradas y suspendidas de la televisión, debido a que Carucha Camejo se negó a vestirse de miliciana, pues su vocación eran los títeres y no lo militar.
Para el dramaturgo Abelardo Estorino, “la envidia, la mediocridad y la intolerancia de muchos oportunistas lograron echar abajo un conjunto artístico de relieve; la verdad se impone siempre cuando lleva de mano la libertad, o de otra forma la libertad siempre lleva de mano la verdad. El movimiento de los titiriteros no ha muerto a pesar de la larga noche de los asesinos”.
Los títeres de combate buscaban activar en el espectador infantil señales que los protegiera de adoctrinamiento religioso o contrarrevolucionario. El odio y la intolerancia permitieron que los inocentes muñecos de papier maché del TNG fueran destruidos materialmente y algunos quemados. Las acciones contra ellos fue un gesto de castración en la cual participaron personajes tristemente célebres, como Edith García Buchaca, José Llanusa, Jorge Serguera, Nora Badia, Mirta Aguirre, Jesús Orta Ruiz y la actriz española de tendencia estalinista Ana Lasalle, entre otros.
Según Norge Espinosa, “la historia de los hermanos Camejo y Pepe Carril debe ser incorporada como memoria viva, pues ellos fueron vidas sobre el escenario, ellos dejaron una estela de cariño, una huella tan profunda, tan dorada que, donde quiera que se les mencione, algo de Cuba vibra y contiene una intensidad que nos mejora a todos. Por encima del olvido, por encima del ostracismo, por encima del nombre de Pavón, de Armando Quesada, por encima de la Parametración, por encima del Consejo Nacional de Cultura en su peor periodo, por encima de aquellos que deben estar revolviéndose la bilis porque este libro existe, ellos vuelven a Cuba de una manera mucho más deslumbrante”.
Y añade Norge Espinosa:
“El Teatro Guiñol actual es algo más que los hermanos Camejo y Carril, pero es la obra que ellos dejaron. La deuda con la historia es una deuda que nos toca a todos, tanto a víctimas como victimarios, tanto a culpables como a los héroes. Ellos son héroes de nuestra cultura y no necesitan una medalla para que se les recuerde”.
El libro demoró 10 años en salir, debido a una investigación rigurosa en la Habana, Madrid, Miami y México, pero fue una labor necesaria, pues los Camejo y Carril son la aventura de fundar, lo cual implica que un grupo de artistas en la Isla defienden la idea de crear la Fundación Camejo. Mientras tanto, Pelusín del Monte se mueve en nuestros escenarios con la alegría y picardía de siempre, gracias al espíritu de Carucha Camejo, Pepe Camejo y Pepe Carril.