Todos los países de América Latina tienen regímenes presidencialistas. A diferencia de los que ocurre en el parlamentarismo, donde sobresale el poder del Congreso, la figura central del sistema político es el ejecutivo.
El presidencialismo no funciona igual en todos lados. En algunos el presidente debe negociar al interior de su partido, con las fuerzas opositoras y con los actores más relevantes de la sociedad civil, además de aceptar los límites que le pone la justicia. En cambio, en muchos otros no hay nadie, ni dentro ni fuera del Estado, que pueda ponerle un freno al líder político, que tiene la potestad de hacer prácticamente cualquier cosa.
“No todos los países tienen la misma calidad democrática, y esto marca una diferencia abismal en algunos casos. La distinción básica es que hay sistemas con balances de fuerzas, que tienen actores competitivos y sistemas de partidos plurales, lo que hace que las instituciones funcionen con equilibrio de poderes y controles políticos”, explica Jorge Lanzaro, fundador y profesor del Instituto de Ciencia Política de la Universidad de la República, Uruguay, consultado por Infobae.
“Lo bueno de las democracias competitivas es que un partido puede ganar una elección, pero si se descuida, puede perder la siguiente. Los casos más notorios son Chile, Uruguay y Brasil en cierto sentido”, agrega.
Basta ver cómo compuso su gabinete Michele Bachelet, la flamante presidente de Chile, para ver los fuertes equilibrios que existen en ese país. A pesar de haber ganado las alecciones por un amplio margen, no pudo elegir a su antojo quiénes serían sus principales ministros. Como su coalición de gobierno, Nueva Mayoría, está compuesta por distintos partidos, a cada uno le corresponden ciertas carteras, dependiendo de su fuerza al interior del armado. Y eso no se discute.
Esto muestra los límites que enfrenta un presidente chileno hacia dentro de su gobierno. Pero hacia afuera ocurre lo mismo. A pesar de haber terminado su primer mandato en 2010 con una enorme popularidad, nunca se evaluó la posibilidad de reformar la constitución para habilitar la reelección, y como su partido no pudo presentar un candidato competitivo, fue derrotado por la oposición en las elecciones siguientes.
Dos modelos de democracia
Las cosas son muy diferentes en los países en los que no existen equilibrios de fuerzas entre el presidente y el resto de los poderes. “Son democráticos, con líderes electos con amplios márgenes, y en reiteradas ocasiones, pero no hay oposición efectiva”, dice Lanzaro. “Es el caso de los gobiernos populistas, que se caracterizan por la inexistencia de balance de poderes. Esto puede darse de forma más institucionalizada, como fue en México, o más inestable y caótica, como en Venezuela, Ecuador y Bolivia, donde hay una gran dependencia de las figuras personales. Al no haber equilibrio de poderes, son democracias de más baja calidad”, agrega.
El argumento que suelen dar estos líderes y sus seguidores es que son los más democráticos de la región por la gran cantidad de elecciones que han ganado, o porque existe el referéndum revocatorio, como en Venezuela. El problema de esta visión es que agota la democracia al momento de las elecciones y se olvida de la gestión cotidiana de gobierno.
“Todo estaría legitimado por el pueblo, pero uno también podría elegir dictadores”
“Son democracias que se presentan como más auténticas porque todo estaría legitimado por el pueblo, pero la realidad es que uno también podría elegir dictadores. Una cosa es tener legitimidad popular, pero después hay que ver qué se hace con el poder, que puede ir en contra de derechos fundamentales”, dice Mario Serrafero, doctor en Sociología y Ciencia Política por la Universidad Complutense de Madrid, en diálogo con Infobae.
“Uno ve que en los países con presidencialismos cuasi hegemónicos hay mandatos largos, como el de Hugo Chávez, que gobernó 14 años en Venezuela, o en Bolivia, donde el tribunal constitucional ya habilitó a Evo Morales a participar de elecciones nuevamente, lo que podría permitirle gobernar hasta 2020”, agrega.
El contraste no podría ser más grande con Chile, Perú o Uruguay, donde la reelección consecutiva no está habilitada. Jos;e Mojica la calific;o de monarquía en una entrevista que concedió a The New York Times en diciembre de 2013.
“En en el caso de Argentina, si bien tienen un gran poder, los Kirchner tuvieron que negociar con una sociedad civil muy fuerte, que se opuso a muchas de sus políticas y los obligó a revertirlas. Lo mismo les ocurrió con la Corte Suprema que también le puso límites”, dice a Infobae el sociólogo ecuatoriano Carlos de la Torres, director del programa de estudios internacionales de la Universidad de Kentucky.
Este ejemplo muestra que cuando aparecen gobiernos con pretensiones hegemónicas, sólo la fortaleza de otras instituciones del Estado o de la sociedad civil puede evitar que hagan todo lo que quieran. En los países institucionalmente débiles, nada se pone en el camino de los líderes políticos.
Presidentes fuertes, ciudadanos débiles
“En Venezuela -dice Lanzaro- hay una concentración de poderes formidable. El Congreso es puramente figurativo, el Poder Judicial no tiene autonomía y no hay partidos políticos , porque ni siquiera hay un verdadero partido oficialista, que no es más que un agrupamiento en el Estado”.
“Sus credenciales democráticas empiezan a entrar en tela de juicio, y algunos ya lo definen como un despotismo democrático o un autoritarismo electoral. Porque es un gobierno electo democráticamente, pero que no gobierna en democracia”, agrega.
Frente a esto, el otro argumento que dan los gobiernos que concentran todo el poder en sus presidentes es que en realidadellos son una emanación del pueblo. A diferencia de las democracias institucionalizadas, que funcionan con partidos, parlamentos y otras instancias, los populismos afirman mantener una relación sin intermediarios con el pueblo, de modo que sus decisiones serían las de la gente.
“Como ven al pueblo como una sola identidad, cuando alguien no está de acuerdo con lo que plantea el líder lo acusan de estar siendo manipulado o de ya no pertenecer al pueblo. Es una concepción profundamente autoritaria, porque si el pueblo es uno solo no hay posibilidad de que haya pluralismo y diferentes maneras de ver las cosas”, dice De la Torre.
Estos líderes también desconocen que en democracia no sólo se votan presidentes, sino que también se eligen representantes parlamentarios. Y no es para que actúen como subordinados del Poder Ejecutivo. Para eso están los ministros, que no se someten a votación.
“Es autoritario, porque si el pueblo es uno solo no hay posibilidad de pluralismo”
“El Congreso está para que no se tomen decisiones apresuradas -dice Serrafero-, que pueden ser muy malas para la sociedad. Algunos presidentes dicen que tienen que poder gobernar sin que les pongan palos en las rueda, pero así hacen cualquier cosa, e incurren en marchas y contramarchas permanentes.Cuantas más voces se escuchen, mejor. El pluralismo es uno de los valores más importantes de la democracia”.
La solución a la concentración desmedida de poder en el presidente no puede ser nunca confiar en la llegada de un líder bueno, porque una vez en el gobierno, todos buscan acrecentar su poder. La única alternativa es fortalecer los otros poderes e instituciones del Estado y favorecer la competencia política entre los partidos.
“No basta con ganar las elecciones, además hay que jugar las reglas de la república, y para eso los políticos deben tener adversarios. No se es democrático por bondad, sino porque el adversario no se puede derrotar ni prescindir de él. Si uno puede aplanarlo, va a haber poca democracia”, concluye Lanzaro.
- Por Dario Mizrahi / Publicado en Infobae