EL APARATO reformista anunciado por el régimen castrista para sacar de la agonía al llamado socialismo real no está emparentado con la perestroika de Mijail Gorbachov ni con las experiencias de China y Vietnam. Es un plan original caribeño, un ajiaco peligroso que tiene la represión en su caldo fundamental y cuyo objetivo verdadero es trabajar para que el grupo de poder no pierda el feudo.
Los planes para el reciclaje, anunciados como el inicio de una nueva era en la isla, afectan de manera superficial una zona de la gastronomía y la agricultura. Las estructuras de esos dominios continúan controladas por los mismos funcionarios (diestros en corrupción y enfermos por la ineficacia del sistema) que llevaron al fracaso los proyectos estatales a lo largo de medio siglo.
La actualización del modelo socialista se ha limitado a permitir que un sector de la población abra fondas y timbiriches. Y que se ilusione con la autorización a comprar y vender los cacharros americanos de los años 50 y las casas que heredaron de los bisabuelos.
Ha sido otro plazo para la esperanza del cambio. En cuanto a las libertades de los ciudadanos no se ha movido ni una hoja.
Aquí están los números que no pueden atrapar la intensidad del drama, pero reflejan la intransigencia de los jerarcas. Se mantienen en las cárceles un poco más de 60 presos políticos. En marzo, en el mes en que el Papa Benedicto XVI oficiaba misas en Santiago y La Habana, la policía realizó 1.503 arrestos arbitrarios. Durante el mes pasado rebajó la cifra hasta 402. Sigue en vigor la llamada tarjeta blanca, una ordenanza que obliga a los cubanos a pedir permiso para entrar o salir de su país.
Ahora, con la enfermedad de Hugo Chávez y la certeza de que los jefes perderían la ayuda financiera de Venezuela, ha llegado una nueva etapa de la paralización progresiva de los movimientos internos porque el Gobierno está dedicado a la búsqueda de recursos en otros sitios.
Ruegan, a coro con el cardenal Jaime Ortega, para que se produzca el milagro de la aparición de yacimientos de petróleo y porque el enemigo imperialista apruebe la entrada masiva del turismo norteamericano.
Reciben con maracas y mojitos a los ricos que expulsaron en 1959, llamados hoy cubanos respetuosos, como si los dólares garantizaran la respetabilidad de las personas. Promueven con Argentina una ruta turística sobre Ernesto Ché Guevara y traicionan la memoria del camarada Kim il-Sun con un viaje comercial a Corea del Sur. Todo vale.
Los cubanos que sigan empantanados. La jefatura busca algo para la mano abierta que Caracas debe dejar vacía.