BELEM, Brasil.- Como buena novela brasileña, en las que se reservan las mejores escenas para los finales, ya la izquierda brasileña hizo finalmente mutis del escenario gubernamental del gigante sudamericano. Hoy, cumpliendo mandatos sucesivos de la Cámara de Diputados primero y del Senado Federal después, se le comunicó oficialmente a la presidenta Dilma Rousseff que debía apartarse de la presidencia, para darle tiempo a la preparación de su defensa ante el Senado.
Supuestamente, Rousseff tiene largos 180 días para estos menesteres, pero las evidencias acusatorias, así como la fragilidad de la defensa (aunque ella diga lo contrario) auguran un proceso que no llegará a agotar el tiempo disponible. La presidenta separada argumenta que otros presidentes hicieron lo que ella hizo, pero sin haber recibido sanciones. Sin embargo, el hecho de que otros cometieron delitos no la faculta a ella para cometerlos. Dilma Rousseff no volverá a la presidencia del Brasil, como tampoco podrá volver su mentor y líder Lula da Silva, porque el partido de ambos sale fragilizado éticamente de innumerables hechos de corrupción.
Hay que decir que el partido de los trabajadores (PT) de Da Silva y Rousseff sólo llegó al poder por haberse aliado (a lo largo de estos largos 14 años en el poder) al mayor partido brasileño, el partido del movimiento democrático brasileño (PMDB) de cuya separación devino en buena medida la suerte de Rousseff tanto en la Cámara como en el Senado. El partido de Rousseff nunca en Brasil fue mayoritario y después del “asalto a mano armada” que escenificó robando a manos llenas en la empresa estatal Petrobrás, no lo podrá ser en el futuro predecible.
Rousseff argumenta que las acciones que realizó no son delitos, pero más de las tres cuartas partes de la Cámara y del Senado estiman lo contrario. Todo, en un contexto de decadencia moral del su partido (el tesorero del partido de Rousseff está preso) como está preso también el jefe de la última campaña electoral de Rousseff, acusados ambos de corrupción.
Esta caída del principal bastión izquierdista sudamericano no es más que la continuación del derrumbe del proyecto castrochavista en Latinoamérica, después de la derrota de Cristina Kirchner en Argentina, de la victoria democrática en Venezuela, de la derrota de Evo Morales en Bolivia, y de la renuncia de Correa a concurrir de nuevo a la presidencia de Ecuador.
El Subcontinente sudamericano se comienza a erguir de la larga noche en que lo sumieran el populismo de izquierda promovido por el castrochavismo y es de esperar que estos vientos democráticos procedentes del sur lleguen a la tierra venezolana primero y a la tierra cubana después, con la carga democrática que los latinoamericanos deseamos y merecemos.
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