Add MediaEl pasado 22 de octubre la muerte sorprendió a un amigo talentoso, cordial y apacible. José Díaz Roque “se fue” con deberes pendientes aunque dejó una obra literaria y promocional que testimonia el estilo de un creador inmerso en la dinámica intelectual de una bella ciudad modelada por el Caribe en una isla que apenas mira al mar, a pesar de sus bahías y playas, su enorme diáspora y su literatura transoceánica.
Conocí a Díaz Roque en octubre de 1995 en el Capitolio de La Habana, sede entonces del Primer Encuentro Iberoamericano de Estudios Hispánicos, donde presentamos ponencias y comunicamos el fallo del Concurso de ensayo cuyo Premio recayó en un título suyo. Fue el comienzo de intercambios epistolares y encuentros literarios en Cienfuegos o La Habana, el último a mediados del 2002, él como anfitrión, yo como escudero del doctor Salvador Bueno, director de la Academia Cubana de la Lengua, quien presidió el Jurado del Simposio de Investigaciones Literarias de Cienfuegos.
Al recordarlo ahora, lejos del trópico, evoco su erudición, agudeza y humildad, su total entrega como bibliotecario, investigador, crítico literario, promotor cultural, ensayista, poeta y sacerdote de la Iglesia Católica Liberal. Nadie sabe las claves de la omnisciencia de este caballero de las letras que alternó los Fondos Raros y Valiosos con el Taller de Braille, el ritual religioso con la Unión de Escritores, la búsqueda en archivos con la dirección de la revista Ariel, la escritura diaria con sus discípulos. ¿Cómo conciliaba su espiritualidad cristiana con la rispidez de los comisarios de la cultura oficial, anclados en la jerga del poder?
Lo necesitaron por su activismo y prestigio cultural, por su escritura sin filo ni dogmas devenida centro de referencia alejada de los extremos. “Soy humanista, no comunista”, decía delante de cualquiera. Y esa honestidad más sus premios (Jagua, Orden Nacional de Cultura, etc.), libros y artículos le permitió “pasar” cuando cedía el “compromiso social” asignado a la literatura, al menos en su natal y “afrancesada” Cienfuegos, de enorme bahía, plazas, catedrales, hoteles, teatros y avenidas que atrajeron al turismo y domesticaron la intolerancia.
José Díaz Roque “se fue” de repente sin decirle adiós a los amigos. A los sesenta años le falló el corazón hastiado de bregar con las tensiones y el exceso de café y cigarrillos que inhibían su hambre, vivía en la pobreza. ¿Qué libros dejó en proceso editorial el sucesor de Florentino Morales? Su legado incluye cientos de artículos literarios, artísticos e históricos, decenas de conferencias impresas, el poemario El zapato en la piedra, los ensayos Pensar sin lectura, Estudio hermenéutico de la obra de José M. Chacón y Calvo, Las cosas de Feijóo y La historia de la radio en Cienfuegos; el libro de aforismo Como de hierbas y textos sobre José Martí, García Lorca y un manojo de autores y temas de Cuba, España y Latinoamérica.
No es mucho si lo comparamos con la obra ensayística de Fernando Ortiz o Jorge Mañach, la narrativa de Novás Calvo, Carpentier, Lezama Lima, Cabrera Infante y otros escritores consagrados por ediciones y premios en la isla y el exilio. Al margen de las circunstancias estéticas e individuales, imagino al propio Díaz Roque, orfebre de las letras, calificándose con naturalidad como un “autor menor” destinado a sobrevivir de su trabajo y difundir las creaciones de sus colegas y de algunos clásicos y contemporáneos de las letras cubanas y universales.
Cuando un amigo se va sorpresivamente como José Díaz Roque quedan, además de sus textos, un espacio vacío que nadie ocupará, anécdotas, afectos y recuerdos, especulaciones y añoranzas, deudas de gratitud, influencias y nuestra peculiar mirada sobre su tránsito por la vida y la cultura. Adiós, José, ojalá nos reencontremos en alguna senda de tu inquebrantable fe, morada de luz sin tiempo ni espacio.