MIAMI, Florida, Estados Unidos –Un error común de las democracias es evaluar a los dictadores con la lógica del raciocinio humano, que frecuentemente son incongruentes con esos regímenes. Si observamos la trayectoria del gobierno de los Castro, saltará a la vista una politíca económica irracional, que siempre ha ido contra la lógica.
Fidel Castro fue el promotor del embargo norteamericano. Lo había premeditado como se podrá ver en su visita a Washington en 1959 cuando, contrario a lo acostumbrado por sus antecesores, no se preocupó por afianzar ni mejorar las relaciones económicas con este país. Sus palabras fueron mal interpretadas por el entonces vicepresidente Nixon, quien las juzgó ilusas, en lugar de malévolas.
Triunfó en la Sierra Maestra, luego en Bahía de Cochinos y dos años después con la crisis de los misiles, obtuvo una patente de corso para hacer en Cuba lo que le diera la gana. Kennedy no solo se comprometió a no agredir a Cuba, sino también a no permitir que otros lo hicieran.
A pesar de haber optado por el comunismo y los rusos, Castro fue en sus primeros 10 años de gobierno un “electrón libre”, pues no se había alineado a la política de Moscú. Su veleidad administrativa no tenía parangón, la sima de este régimen de economía absurda lo constituyó la zafra azucarera de los 10 millones en 1970, puntillazo en la bancarrota del país.
El entonces presidente Nixon, ante la situación de rotundo fracaso económico de los Castro en Cuba, tal vez pensando en acercar la sardina a su bracero, dio pasos tras bambalinas que conducirían al levantamiento del embargo; según se desprende de un documento de Fidel Castro clasificado de “muy secreto” donde asegura: “Los americanos están dando pasos de acercamiento, quieren limar asperezas para restablecer las relaciones entre ambos países; pero imagínense, tenerles de nuevo metiendo las narices por todas partes; los vamos a desalentar y se van a tener que retirar.” Sucedió la provocación de los pesqueros cubanos en aguas de este país y la calificación de su natural detención como secuestro, asidero para gritar improperios contra Nixon y declarar –como “de paso” -el fracaso de la zafra. Finalmente se alineó a Moscú y en 1972 entró al CAME.
Castro, ha sido muy efectivo para atajar las crisis, enfrentandolas con represión o abriendo la válvula migratoria de escape hacia Estados Unidos. Aunque las crisis sociales cubanas tienen en su seno el rechazo al comunismo, no se puede decir que sean explosiones políticas y, más lamentable aún, no guardan vínculo alguno con la oposición.
El abuso expropiatorio, la represión institucionalizada, la conculcación de derechos, la discriminación, la humillación a la población y la escases colindante a la hambruna, no promueven el levantamiento contra estos regímenes como algunos creen; sino la estampida de unos y la sumisión del resto. Así se produjeron los éxodos de Camarioca, en 1965; de El Mariel, en 1980 y el de los balseros por el litoral norte, en 1994.
Este último desembocó en las conversaciones migratorias entre los Estados Unidos y Cuba, cobertura que utilizó el entonces presidente Clinton, para dar pasos hacia la normalización de las relaciones entre ambos países. Resurgió nuevamente la estrategia recurrente: “los vamos a desalentar y se van a tener que retirar”, y en febrero de 1996 aviones caza de combate cubano derribaron en aguas internacionales dos avionetas de Hermanos al Rescate.
El tema de solución al diferendo entre ambos países ha vuelto al candelero desde la asunción al poder del presidente Obama, que así lo sugirió. Los Castro responden sí, pero en la práctica se niegan a negociar y no paran de poner obstáculos, como el aumento de la represión interna y el encarcelamiento de Alan Gross, además de exigir que sean liberados sus espías y que la apertura sea unilateral por la parte de EU.
Su estrategia de siempre ha sido no ceder; la nueva incluye además “hacer arrodillar al gigante” y también al exilio enemigo. Ya algunos están de rodillas ante el tirano y otros le seguirán, esperando que el olmo dé peras.