FORT PIERCE, Estados Unidos.- Hace varios años, quienes nos dedicábamos al magisterio comenzamos a percibir el deterioro gradual de la educación y la enseñanza en Cuba. Nuestros alumnos llegaban a las universidades con una pésima ortografía, sin saber expresarse, sin conocimiento de hechos trascendentales de la historia universal, y hasta con una gestualidad y un vocabulario que necesitaba corregirse con urgencia, por supuesto que llegaban también estudiantes brillantes que con el tiempo se convirtieron en profesionales ejemplares.
A pesar de que varios profesores nos esforzábamos conscientemente por dejar una impronta, el deterioro resultaba cada vez más patente. Algunos ―que no eran verdaderos maestros, sino del grupo de los improvisados― ejercían la crítica maligna y despiadada hacia sus discípulos, otros ―tal vez los más experimentados y tradicionalistas― sentíamos compasión ante la debacle que veíamos venir.
¿Dónde estaban aquellos pedagogos que otrora nos ensañaron acerca del Cinturón de Fuego del Pacífico, de algas y mitocondrias, de trigonometría, de los héroes de Homero, y que nos inspiraron para seguirlos en el difícil camino de la enseñanza? ¿Es que se ha logrado sintetizar y modificar los planes de estudios al extremo de suprimir segmentos de aquellos contenidos que siempre fueron paradigmas de la enseñanza?
Al parecer hay muchos elementos que han contribuido a este lamentable e irreversible mal, que gradualmente se ha instaurado. Lamentable, porque en otros tiempos ―y no me refiero precisamente a un antes y un después de 1959― hubo calidad en la enseñanza. Irreversible, porque a estas alturas si se pretende emprender una reforma no habrá quien se ocupe de instruir y educar.
Por otra parte, la retirada de cientos de maestros y profesores de su labor, sobre todo por motivos económicos, así como la salida de otros tantos hacia varios países como colaboradores ―la vía de escape para mejorar en lo económico, y como evasión ante las circunstancias sociales y políticas del país―, son otros aspectos que hacen que el fenómeno actual de la educación cubana tenga un origen multifactorial.
Pero más allá de estas realidades existen acciones premeditadas que han contribuido a la degradación educacional. No es un secreto, ni algo tan difícil de apreciar, que el sistema de enseñanza está diseñado para que sirva como instrumento de apoyo al sistema comunista. Se trata de una politización de la enseñanza, algo que como fenómeno ha tenido sus precedentes en la lejana China cuando los tiempo de Mao Zedong, en la antigua URSS en sus años del socialismo y hasta en la Alemania de los tiempos de Hitler.
Se sabe que en Cuba desde etapas tempranas de la vida se incentiva a que se aprenda a amar al “líder histórico” de la revolución cubana, lo que se hace desde una delicadeza casi imperceptible hasta una desmedida veneración e idolatría, pero dejando con firmeza aquel sentimiento en el lado emotivo de los niños, los que resultan manipulables, algo que se va ofreciendo dosificadamente cada día. Como resultado los infantes automáticamente repiten lo enseñado. Recordemos la célebre frase: “adiós papá Fidel”, la que decían con ingenuidad al ver pasar un avión.
No sólo el nonagenario anciano debe ser objeto de adoración a través de su imagen en sí; sino que todos los acontecimientos que estén en relación con su vida, que han convertido en sagrada, y con su obra devenida en epopeya, deben ser motivo de culto.
Para lograr este objetivo se dedican numerosas horas, las que pudieran ser invertidas para profundizar en todo aquello que ha ido quedando a un lado ante el protagonismo de los sucesos políticos de la isla. Las supuestas victorias de los superhéroes cubanos que luchaban contra un terrorismo fantasma en el seno del “monstruo” han sido narradas durante más de una década, el ataque mercenario de 1961 se recrea una y otra vez para fijarles por siempre la idea de la primera derrota del imperialismo en América, los múltiples ejemplos de heroísmo bajo el matiz del internacionalismo proletario son igualmente proclamados, las biografías de los barbudos ocupan parte importante de los contenidos de una historia que se pretende enseñar a capricho.
Por supuesto que la responsabilidad del viejo comandante en los tiempos de los misiles es ocultada, los cientos de hombres fusilados en los oscuros años iniciales del proceso revolucionario cubano son omitidos, la implicación en el tráfico de armamentos, la presencia de Cuba hasta hace poco en el listado de países patrocinadores del terrorismo, los señalamientos acerca de las violaciones de los derechos humanos o la brutal embestida contra el remolcador 13 de marzo, por solo citar algunos sucesos, son cosas que al parecer no forman parte de esa historia que se intenta imponer.
Así las cosas, pasan los años y los niños se convierten en adolescentes y jóvenes que deben asumir la responsabilidad de cursar estudios superiores, si es que tienen aún la motivación para hacerlo. Los resultados de los exámenes de ingreso a los altos estudios con frecuencia son desastrosos; no obstante aquellos que logran ingresar han de enfrentarse a ciertos cambios en los métodos de aprendizaje que incluyen una fuerte dosis de estudio, algo para lo que no se les preparó, por cuanto el facilismo y los actos negociables respecto a los exámenes estuvieron presentes en etapas previas a la universidad. También se les dispersó demasiado al entretenerlos con las hazañas de los cinco héroes, la victoria del regreso de Elián o las anécdotas del asesino guerrillero argentino.
Los que hemos ejercido el magisterio no de manera improvisada, sino por vocación y con estudios de pedagogía realizados, sabemos que se debe aplicar ciertos principios de la didáctica en cada clase; pero los encargados de adiestrar a los profesores invitan a que se difundan los logros de la revolución, es decir, que se insista en la gratuidad del sistema de salud, que se hagan comparaciones entre Cuba y otros países en las que aparezca la isla centralizando al mundo, que se utilicen frases políticas en las introducciones de clases, entre otras tantas cosas siempre matizadas por lo político, lo que, sin duda, se hace para ejercer influencia en la mentalidad de los educandos que cursan estudios superiores.
A esto se añade la total desmotivación de los jóvenes cubanos en el actual contexto social y político. Ellos saben acerca de los miserables salarios de los profesionales, de las vicisitudes de sus padres para ofrecerles lo mejor y de los grandes sacrificios para subsistir.
Recientemente se le preguntó a la ministra de educación de Finlandia ―país con uno de los mejores sistemas de educación del mundo― sobre los posibles secretos para alcanzar sus logros, y ella dijo algo extraordinario: se les debe dejar que sean más niños y a pensar por sí mismos. Esto es necesario que se aplique en Cuba. Los niños no saben, ni les interesa, lo que es el socialismo o el imperialismo. Solo un cambio radical en la política cubana podrá detener la lamentable debacle que con tristeza percibimos se acercaba, y hoy lo vemos como una realidad.
Despolitizar la educación es algo que debe hacerse con urgencia, como elemento primordial en la necesaria transformación de la enseñanza que necesita Cuba.